//MENSAJE DOMINICAL://  NO A LOS NUEVOS BECERROS DE ORO

//MENSAJE DOMINICAL:// NO A LOS NUEVOS BECERROS DE ORO

*XXV domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo (…). Los que disminuyen las medidas, aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse (…). El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: No olvidaré jamás ninguna de estas acciones” (Amós, 8, 4-7).
¡Qué duro cuando el dinero domina el corazón! Cuando se convierte en el nuevo ídolo y clausura la posibilidad de la justicia y la caridad. Dice el papa Francisco, aceptamos pacíficamente el predominio del dinero sobre nosotros y nuestras sociedades. Lo ostentoso y la vida cómoda queda por encima de la caridad y, en automático, pasa por encima de las realidades humanas más vulnerables.
En el fondo de todo, se trata de “una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cfr. Ex. 32, 1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro y sin objetivo verdaderamente humano” (E.G. 55). Así, la persona se convierte en objeto de consumo, que sirve para satisfacer los propios egoísmos. Esto nos está matando. De aquí surgen los caciquismos, las organizaciones delictivas e infinitud de miserias humanas.
La sentencia de Dios es contundente y sigue vigente: “No olvidaré jamás ninguna de estas acciones”. Tras esta actitud consumista, que marca la cultura actual, “se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios”. Y una actitud equivocada frente a los bienes materiales siempre nos lleva a manipular y a degradar a la misma persona. Por eso, el dinero debe servir y no gobernar.
¿Cómo hacer para que el dinero, poco o mucho, no nos enferme? Nos dice Jesús: “con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo” (Lc. 16, 9). Hagamos de esto un ejercicio, un modo de vida y sólo así entenderemos que la filosofía de vida, centrada en los atractivos materiales, termina haciéndonos trabajar demasiado para dioses que matan. En cambio, la verdadera fe nos une a un solo Dios que nos ayuda a convivir de modo digno con las personas y con las cosas materiales.
Cuando los dioses del materialismo nos hacen trabajar para ellos, entonces matamos nuestro interior, que es lo más sagrado de nuestro ser, nos atrevemos a dañar a más personas y terminamos endureciendo el corazón al grado de abusar de los más débiles. De ahí la sentencia dura y contundente de Dios: “No olvidaré jamás ninguna de estas acciones” (Amós, 8, 4-7).
El desorden en las cosas materiales se canaliza especialmente por los pecados de la envidia y la avaricia, causas de injusticias y abusos contra los más indefensos. Los pecados de la lujuria, la pereza e incluso de las desatenciones en el culto a Dios son graves, pero nada enciende tanto a Dios como los abusos contra el inocente e indefenso, y más aún cuando lo hacemos en nombre de Dios. Por desgracia, como decía San Juan Crisóstomo, suele suceder que con los bienes materiales no se enriquece uno si no se empobrecen otros. No así en las cosas espirituales, donde nadie se enriquece sin enriquecer a otros (Catena aurea, vol. VI, p 342).
Recuerda que las tierras, las casas y todo cuanto tienes emanan de lo que Dios ha creado y ahora Él te permite administrarlo. Pídele para que tu corazón no se enferme. Puedes estar en el trabajo o en los negocios y si ahí actúas con responsabilidad, con justicia y, sobre todo, con caridad, ahí también te santificas. De Dios nos llenamos en la oración y en los sacramentos, pero a Él también lo honramos en todo lo que hacemos. Son muchas las obras destinadas a ayudar a crecer la fe y la caridad, desde ahí construyamos nuestro destino eterno.
En resumen, “no se puede servir a Dios y al dinero” (Lc. 16, 13).

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