//MENSAJE DOMINICAL:// ¿Eres tú el que ha de venir?
*Tercer domingo de adviento
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: ¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Mt. 11, 2).
Esta pregunta nos puede trasladar de inmediato a la esperanza que el pueblo judío tenía sobre la llegada de un Mesías, del enviado de Dios. Pero igual, esta cuestión nos puede trasladar al tiempo actual, no sólo para preguntar a Jesús si es Él quien ha de venir o si tenemos que esperar a otro, sino para preguntarnos: ¿estamos esperando al Mesías? Más concretamente, ¿sigue vigente la pregunta sobre Dios? ¿Sigue siendo válido preguntarnos sobre Dios? ¿Al hombre de hoy le preocupa el tema de Dios?
Sobre este planteamiento se abren muchas respuestas posibles. Samuel Beckett recoge el pensar de muchos y dice: “El hombre nuevo no espera a nadie” (Esperando a Godot). Nietzsche por su parte declara: “Dios ha muerto”. Por lo que ahora el hombre debe aprender a vivir sin Dios. Para otros, simplemente, Dios no es algo necesario, pues se han superado los mitos y el hombre tiene las respuestas que antes buscaba en Dios. En el caso de algunos, la pregunta sobre Dios ni siquiera viene al caso, simplemente hay que vivir. Para muchos cristianos, Dios es un hecho, pero sin plantear de fondo los alcances que esta implica.
Estamos cercanos a la navidad y es, sin duda, una excelente oportunidad para plantear en serio el tema de Dios, empezando por preguntarnos si de verdad lo esperamos o nos conformaremos con celebrar una fiesta más.
La pregunta sobre Dios es algo que define en gran medida nuestra persona y nuestra existencia. “La cuestión de Dios concierne a la persona en todas sus dimensiones vitales, pensamiento y libertad, afectos y relaciones interpersonales, vida cotidiana y acontecimientos excepcionales” (Luis Romera, El hombre ante el misterio de Dios). El problema del hombre no es solo solucionar los retos que en el suceder del mundo se le presentan, sino, de modo especial, el plantearse el sentido y proyección de su existencia. Y para esto último, hay una enorme diferencia y alcance entre buscar respuestas solo desde los alcances personales o hacerlo desde la dimensión que Dios le puede dar a nuestra vida.
Como es obvio, el hombre nuevo que la cultura actual nos presenta no tiene todo solucionado. Por el contrario, continuamente se complica más y más la vida. Como ejemplo de esto, en México y otros países, el suicidio es una de las principales causas de muerte para jóvenes entre los 15 y 25 años. Además de que los problemas emocionales aumentan a gran escala sin distinción de edades.
El hombre nuevo que pareciera no necesitar de Dios, en la pandemia se sintió desnudo, vulnerable. El hombre nuevo, con mentalidad consumista, que se aferra a determinadas ideologías y que, religiosamente, prefiere apoyarse en un fetichismo o superstición, cree que lo puede todo, pero en realidad sólo complica su vida.
Necesitamos motivos para creer. El mismo bautista necesitaba motivos para creer y, por eso. envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? A lo que Jesús responde con signos: “Vayan a contarle a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena nueva del Evangelio” (Mt. 11, 4-5).
Sin la esperanza que Dios nos ofrece, quedamos condenados a vivir solo en la inmediatez, en lo fugaz. Hagamos la prueba de detenernos un poco en el misterio de Dios… por un momento dejemos a un lado los ruidos y los prejuicios que confunden nuestro corazón, para conectarnos un poco con Dios. De esos momentos sagrados es de donde resurge y se afianza la vida.