Pasión de nuestro Señor Jesucristo
*Viernes Santo
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Cristo en la Cruz sí que es motivo de escándalo para muchos. Pues, el que hacía milagros, resucitaba muertos, predicaba con autoridad, expulsaba demonios… hoy, de manera drástica, aparece clavado en una Cruz. Con razón, muchos se preguntaban: Jesús ¿dónde quedó tu poder? Si eres el Todopoderoso, ¿por qué hasta el más simple se burla de ti? ¿Quién podría esperar un final así de quien se acreditó como el enviado de Dios?
¡No nos confundamos! Pues también desde lo más absurdo de la vida, Dios se impone para hablarnos con contundencia; también desde la debilidad en su expresión más radical, Dios es capaz de manifestar su fuerza.
No perdamos la oportunidad de meditar sobre el misterio de Jesús clavado en la Cruz. La enseñanza de Cristo en la Cruz es vasta y no alcanzará la historia de esta humanidad, ni la suma de las inteligencias más brillantes para entender tan sublime misterio. Jesús está en la Cruz porque lo hemos condenado; pero Él no pierde tiempo, pues sus palabras, sus gestos y su oración son sabiduría plena, capaz de dar sentido a lo que parece que no tiene sentido.
Con su grito devastador: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, tiene la capacidad de presentar “ante el corazón del Padre el grito de angustia del mundo atormentado por la ausencia de Dios” (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret).
Decía el filósofo Alemán Nietzsche que el mundo de hoy no conoce a Dios, no le interesa Dios; “Dios ha muerto” y si Dios ha muerto lo que sigue es la muerte del hombre. Desde luego que a Jesús le pesan la humillación pública, el escarnio y los golpes en la cabeza de los que se mofan, los dolores, la sed terrible, el traspasarle las manos y los pies, el echar a suertes sus vestidos…” (Ibidem); pero sobre todo duele el dolor del hombre de ayer, de hoy y de siempre, en particular el dolor que vive el hombre por la ausencia de Dios. ¿Cómo se le ocurre al ser humano vivir sin la sabiduría y sin la fuerza del amor divino? Los dolores hoy son muchos: el problema de Ucrania, la delincuencia organizada, las personas desaparecidas, los hijos sin amor, la violencia en tantas familias, las adicciones, el aborto, el hambre…, en su mayoría, son situaciones que acusan el ritmo de un mundo sin Dios. De ahí el grito angustiante del crucificado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
“Ya para los orantes del Antiguo Testamento, las palabras de los Salmos no corresponden a un sujeto individual cerrado en sí mismo. Ciertamente son palabras muy personales, que han ido surgiendo en el forcejeo con Dios, pero palabras a las que, sin embargo, están asociados a la vez en la oración todos los justos que sufren, todo Israel, más aún, la humanidad entera en lucha… están en el presente del dolor” (Ibidem) y, sin embargo, y lo más importante es que estas palabras llevan ya en sí el don de ser escuchados… llevan la confianza que Dios muestra su misericordia al que se siente abandonado.
Por tanto, este grito, es la oración de Cristo crucificado, en medio del dolor personal y del dolor que vive la humanidad por la ausencia de Dios, pero, al mismo tiempo, son palabras que encierran la confianza de encontrar una respuesta. Por eso su complemento final: “En tus mano señor encomiendo mi Espíritu”… “Todo está cumplido… e inclinando la cabeza entregó el espíritu”.
Cristo ha cumplido: Ya selló con su sangre la Nueva Alianza. En Él se sella la nueva y definitiva pertenencia entre Dios y el hombre. Cristo es Dios y es hombre, por lo que ya no hay separación entre la humanidad y la divinidad; pero para que esto conste, sella con su sangre en la Cruz dicha alianza. Por eso, todo se ha cumplido.
Y si Cristo quitó los pretextos de la ausencia de Dios ¿Por qué nosotros nos aferramos a vivir sin Dios, a vivir fuera del amor divino, que es siempre bálsamo para el corazón?
No inventemos más cruces, porque entonces seguiremos muriendo. Mejor tomemos la Cruz de Cristo que es amor pleno, que es sabiduría, que es el camino de la libertad…
Que Él nos ayude a deshacer las ataduras del corazón, pues al final, es ahí donde el ser humano más sufre y donde empieza a morir.