Una nube lo ocultó a sus ojos
*La ascensión del Señor
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo… (a los apóstoles) se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del reino de Dios… (después de instruirlos) se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos” (He. 1, 1-11).
De modo magistral, el autor de los hechos de los apóstoles enlaza y resume los momentos centrales de nuestra fe: la pasión, la resurrección y la ascensión del Señor Jesús. Nos hace ver cómo Jesús dio certeza a sus apóstoles del nuevo modo de estar presente: “les dio numerosas pruebas de que estaba vivo”. Y lo más importante, como señala en el evangelio: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).
Sube al cielo, pero los apóstoles están seguros de una nueva y poderosa presencia de Jesús. Cristo resucitado, al aparecerse una y otra vez a los apóstoles, les confirma que tiene una nueva y poderosa manera de estar, de modo que ahora entienden que la ascensión no es dejarlos solos, no es un abandono. Además de recibir al Espíritu Santo, ahora les es fácil entender las palabras de Jesús: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 20).
Escribía el cardenal Ratzinger: para los apóstoles, como para el cristiano, la ascensión, “no debe ser ni la de hacer conjeturas sobre la historia, ni la de tener fija la mirada en el futuro desconocido. El cristianismo es presencia: don y tarea” (Jesús de Nazareth, p. 327). Es vivir en la certeza de la presencia interior de Dios y es asumir la tarea de dar testimonio de que Cristo está vivo. Evitemos estar escudriñando el futuro y concentrémonos en apreciar que Dios está.
El cristiano debe contagiar al mundo de la alegría que nace de la certeza de que Cristo está. Dice la lectura: “se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos” (He. 1, 10). Al ser cubierto por la nube, significa que entra en el misterio mismo de Dios, indicando que su poder va más allá de las dimensiones temporales. Por eso, dice San Pablo: el Padre, con fuerza “resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo sentarse a su derecha en el cielo, por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, por encima de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro” (Ef. 1, 21.22).
Por otra parte, la ascensión de Cristo, abre la fe a otro momento glorioso: la segunda venida de Cristo: “ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse” (He. 1, 11). De continuo y con firme esperanza, los primeros cristianos cantaban: “Ven, Señor” (cfr. Didaché).
Con su nacimiento, Cristo nos mostró que Dios está dispuesto a convivir con nosotros. Pero, ahora, con su ascensión a los cielos, nos abre el paso para que nosotros nos atrevamos a aspirar a entrar al cielo a convivir con Dios. Como dice San Pablo: “¿Y qué quiere decir subió? Que primero bajó a lo profundo de la tierra. Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos, para llenarlo todo” (Ef. 4, 1-13). Por eso, en navidad celebramos la presencia de Dios entre nosotros, pero ahora con la ascensión celebramos la presencia del hombre en el cielo. De esta forma se cierra un círculo de relación: Dios enteramente entre nosotros, a través de Jesús, y la humanidad dignamente representada en el cielo, también, a través de Jesús.
En realidad, la vida humana solo puede ser comprendida desde la dimensión de eternidad que Cristo vino a ofrecernos; las esperanzas terrenales son pobres y cortas nos dice Benedicto XVI, mientras que el corazón humano está ansioso de eternidad y no descansa hasta que reposa en esa eternidad.
La verdadera grandeza del hombre radica en esa capacidad de planear su vida con una visión que sobrepasa el ratito que va pasar aquí, en una visión que lo lleva más allá del alcance de su inteligencia y de sus fuerzas. Ese es el camino que nos ha trazado Cristo y que hoy se ve completado con su ascensión a los cielos.