//MENSAJE DOMINICAL:// El amor ordena y llena de sentido

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*XIII domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel


“El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt. 10, 37 ss).
La esencia del proyecto de Dios es el amor. Fuimos hechos para amar y para ser amados. Es más, no olvidemos, la persona que no ama permanece incomprensible para sí misma. En el interior de cada persona resuena un ansia de plenitud, la cual debe ser saciada; pero dicha ansia solo puede ser resuelta con algo que esté a la altura de la dignidad humana, el amor. Escribía San Juan Pablo II: “La persona debe ser amada, porque solo el amor corresponde a aquello que es la persona”.
Pero el amor exige un orden, de lo contrario, no logra sus objetivos. “Todo lo que podemos conocer nosotros de moralmente valioso en un hombre o en un grupo, tiene que reducirse a una manera especial de organización de sus actos de amor y de odio (…): al ordo amoris que los domina y que se expresa en todos sus actos” (Max Scheler). Actúas de acuerdo a lo que amas y, desde ahí, ordenas la vida. Y, precisamente, a eso va Jesús en el evangelio: Amarle antes que al padre y a la madre, antes que al hijo o la hija, no es una discriminación, sino una garantía. Amar a Jesús, permite que desde Él podamos amar dignamente a las personas y a las demás realidades. Las otras realidades son pequeñas y caducas, por lo que colocarlas por encima de Dios siempre significa un desajuste de vida, ya que mañana no estarán.
El amor, como lo plantea el evangelio, es el camino que sí humaniza. Mientras el hombre de la fuerza y del poder arriesga continuamente su vida para exaltarla, el hombre del amor busca en el sacrificio el triunfo del espíritu. El primero puede resolver un instante, pero no alcanza a apreciar un proyecto de verdad trascendente. “La fuerza nos enfrenta y el derecho nos deja como extranjeros los unos de los otros; solo mediante el amor constituimos relaciones verdaderamente humanas. El amor es la única sociedad humana porque genera comunión, encuentro” (Jean Lacroix, Amor y persona, p. 16).
Desde niños aprendimos que es fundamental amar a Dios por encima de todas las cosas, y la razón de esto es que el amor de Dios no es excluyente, sino incluyente. Ningún amor, ninguna realidad queda fuera del proyecto de Dios: ni el que se da entre esposos ni entre amigos ni entre padres e hijos.
Sin Dios, corremos el riesgo de absolutizar el amor a una creatura y como ésta no tiene la capacidad de abrazarlo todo, entonces termina excluyendo lo demás. Cuando amamos a Dios, como es debido, eso nos lleva simplemente a una mejor comprensión de cualquier otro amor.
Como garantía de que el amor como Cristo lo propone es el camino que necesitamos, Él evoca el signo de la Cruz: “el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. La Cruz nos pone a todos en la misma condición: pues siendo pecadores, desde la Cruz somos abrazados y redimidos. Lo que marca la debilidad humana, se convierte en la fuerza de Dios que lo transforma todo (1 Co. 1, 25).
Decía san Juan Pablo II: “Ustedes valen lo que vale su corazón”. Así que, si nuestro corazón está consagrado solo a lo material, entonces valemos sólo materia; si nuestro corazón se consagra al placer, eso valemos; pero si nos consagramos en un amor verdadero, entonces hemos encontrado el camino.
Desde el amor de Cristo podremos amar dignamente a toda persona y sabremos apreciar y disfrutar de las maravillas del mundo, nuestra casa.

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