EL BIENDECIR DE LAS BENDICIONES
Por Velia María Hontoria Álvarez
Hay una hermosa y antigua costumbre que ha trascendido a nuestros días, con riesgo de perderse: bendecir el hogar. Se cuenta que, en la solemnidad de la Epifanía, los católicos bendecían sus casas escribiendo las letras C, M y B con los números del año en la parte superior de sus puertas. Las letras aludían al nombre de los queridos Reyes Magos: Melchor, Gaspar (Caspar) y Baltasar; y el año, a la fecha de inauguración. Otras historias dicen que las letras significan: Cristo bendiga esta casa (Christus Mansionem Benedicat).
Muy poco escucho de casas que se bendigan; pareciera que la bendición está en desuso o simplemente ya no se necesitará o entre tantas carreras el tiempo no alcanza para estos detalles. Quizá nos motive a promover esta hermosa ceremonia reconocer que la bendición es dar una intención a un lugar y a un espacio, a unas personas; pedir bien, suplicar salud y mirar en las esquinas desatoradas las risas y alegrías por donde circula la paz. Estas bendiciones, desde como lo siento, poco tienen que ver con religiones o veneraciones y sí mucho con reconocer el amor, la gratitud por la familia y tantos favores quién sabe si merecidos o no, pero al fin favores recibidos.
La bendición es alabar, engrandecer y esperar que la protección divina envuelva todo lo que somos, donde estamos y lo que hacemos; es consagrar con la intención de que la paz circule como viento suave, ligero y refrescante deslizándose por cada una de sus ventanas; atemperando las almohadas para invitar al buen descanso, al sueño que inspira para que cada mañana seamos mejores personas. Es suplicar esa salud -pues no hay manera de comprarla- indispensable para el bienestar; es pedirle a la vida que las risillas contagiosas anden debajo de las camas; que el buen ánimo y las buenas bromas aparezcan al abrir algún armario. Que no haya problema, que el fresco de una buena charla dé opciones a la solución y que, si no la hay, sea el abrazo de amor de compañía en familia cobijo perfecto a la solución. Que la comida no falte, menos un plato para quien llegue; que sea morada donde el viajero descanse, antes de pensar en retomar vuelo. Reconocer que no es el lugar, ni los materiales, aún menos los muebles los que hacen casa, es el honor y la dignidad de quienes viven en ella los que la hacen recinto de pájaros que se engolosinan con sus flores. Sea mi hogar el espacio donde acudas a aligerar tus pesares y angustias; sean sus muros resguardo a tu cansancio.
Llega pues a mi casa, sin aviso o con él; llega nube viajera, deja que prepare algún menjurje para que tu alma se llene de sabores, tus oídos de canciones o de silencios ¡da igual! Aquí está el piano y un sillón cercano para escucharte.
Vengan a casa con sus juegos, con tantas vaciladas; vamos a preparar pasteles, moles y pastas. Acérquense desde el mar a traer caracolas y sones. Venga la bendición de nuestros hijos, padres, hermanos y abuelos. Vamos a bendecir la casa, qué más da el tiempo vivido si el propósito se renueva refrescando intenciones.