//MENSAJE DOMINICAL://Creer y amar

//MENSAJE DOMINICAL://Creer y amar

*V Domingo de Pascua


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos” (Jn. 15, 8). La riqueza natural con que Dios nos ha creado y las bondades que emanan de la gracia recibida, como hijos de Dios, no son algo para guardar, no se esconden, sino que son para crecer y para sumarle al mundo cosas buenas. De ahí el llamado de Jesús: “La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto”. Sólo así aparecemos como sus discípulos.
Por su parte, el apóstol Juan, que ha vivido la dicha del llamado y el envío por el mismo Jesús, él que ha sido testigo de la muerte y resurrección del Señor, ahora nos dice cómo dar fruto, nos muestra las claves para ser verdaderos discípulos. Y lo resume así: “ahora bien, éste es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su hijo, y nos amemos los unos a los otros” (1 Jn. 3, 18-24). Creer en Jesús implica amarse los unos a los otros, pues la fe y el amor constituyen simultáneamente la dimensión vertical y la dimensión horizontal de una misma actitud, de una misma realidad.
Creer en Jesús no nos aísla, sino que es sentirnos partícipes de un Padre que ama a todos por medio de su Hijo único y que nos invita a ser parte de esa tarea de un amor universal. Bien enseñaba Benedicto XVI: el amor y la fe, la caridad y la verdad, “son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y de la verdad” (Caritas in Veritatis, 1).
“La fe crece cuando se vive como experiencia de amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo” (Benedicto XVI, Porta Fidei, 7). Sin esta dinámica entre fe y amor, verdad y caridad, siempre existe el riesgo vivir una fe sólo desde el sentimentalismo religioso o una fe sólo como verdades que vamos memorizando, lo cual no nos mueve a dar los frutos como lo propone Jesús en el evangelio.
En definitiva, la fe, como espacio vital, nos mueve a la relación con Cristo desde el ámbito de la oración continua, la frecuencia de los sacramentos y otros actos de culto. Pero todo esto no cumple su fin en sí mismo, o, dicho de otro modo, los alcances de la fe no se reducen a eso. La oración y los sacramentos nos deben capacitar para amar en actos concretos, nos mueven a actuar conforme a la verdad.
Sólo Dios sabe lo que hay en el corazón de un enfermo, en la oración de un pobre; sólo Él sabe lo que una persona vive en el silencio de la soledad, lo que piensa durante la noche un niño que duerme en la calle. Pero hasta ahí podemos llegar movidos por el amor que Cristo suscita en nosotros, gracias a la relación íntima que llevamos con Él, como espacio vital. Lejos del corazón de Dios, el creyente no puede hacer nada, sólo se acomoda y busca a Dios para él sentirse bien.
Respecto a la comunión con Jesús, dice San Juan Crisóstomo: “No lo desprecies cuando lo contemples desnudo… ni lo honres aquí en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez”. A lo cual el Papa Francisco precisa que no hay que esperar a que el prójimo necesitado toque a tu puerta, tal vez no tenga esa capacidad. Al prójimo que más te necesita hay que salir a buscarlo (cfr. Fratelli Tutti).
“Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanecen en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí”. Por desgracia, como decía Pablo VI, el hombre moderno está educado, por encima de todo, a la vida exterior. Nuestro pensamiento se dirige principalmente al reino sensible y social. Señala el mismo pontífice: en esto consiste el drama espiritual actual. A lo que podemos agregar: no solo el drama espiritual, sino también cultural, civil y humano, en general.
El Papa Francisco nos pone algunos ejemplos muy simples sobre los frutos que pide el Evangelio: si una señora al ir al mercado se encuentra a su vecina “y comienzan a hablar, y vienen las críticas, pero esta mujer dice en su interior: no, no hablaré mal de nadie”. Y si esa misma señora escucha con paciencia y afecto a su hijo que le cuenta acerca de sus fantasías. “Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Esos son los frutos que nos pide Jesús” (Gaudate et exsultate, 16).
Es tan sencilla la fe, que las oportunidades de dar fruto aparecen en las cosas más cotidianas de la vida.
Señor, necesito conocerte más, necesito tratarte más, necesito seguirte mejor.

CATEGORIES
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus (0 )