Doce minutos

Doce minutos

Por Velia María Hontoria Álvarez

Cuando la fuerza mengua no hay mejor receta que mirar la luna, tomar el rosario y dejar que la vida resuelva lo que en nuestras manos no está resolver. Escribo estas letras pensando en ti y las comparto con aquellos que leen mis líneas para reconocer a esas personas que tocan nuestras vidas. A quienes en ocasiones omitimos decirlo, agradecerlo, esperamos al “hubiera” para machacarnos en ese imposible. Esta vez no va a pasar, pues aquí estoy escribiendo y recordando contigo, querida Ana María. Tu vibrante personalidad de fuerte deportista, no solo me hace admirarte, sino seguirte con la torpeza de mis dos pies izquierdos.
Nos conocimos en la primaria, tú grande y yo más pequeña, sin tener idea de qué jugadas y cuántas canastas iríamos a encestar, pero sabíamos que jamás estaríamos en la banca o de reserva. Llegamos a esta vida listas para jugarla, ensuciar la camiseta y rasparnos las rodillas los cuarenta y ocho minutos que se nos ha entregado en este hálito de vida. Tus sueños los desfogabas en la cancha de básquet o en la de voleibol, daba igual, tus fuertes piernas y tus brazos ágiles lograban con magia desaparecer y aparecer la pelota sin que el adversario pudiera observarlo. Mientras te miraba, yo vagaba con mis letras, en esos frágiles y humeantes mundos que apenas se formaban. Me enseñaste dos trucos uno lo olvidé y el otro en esas raras ocasiones que se me apersona una pelota, con éxito practico.
Saltabas y avanzabas firme para tomar la pelota. La emoción de observarte me entusiasmaba y corría desde mis sueños a tu lado, respondiendo a tus logros con mis aplausos. Ir a un campeonato contigo era asegurar la victoria. Una amabilidad que contrastaba con esa fuerza física te llenaba de amigas, mismas que, con amorosa franqueza correspondes. Somos las mismas, más otras que fuiste sumando con los días, las que cercanas te resguardamos haciendo valla para que el enemigo no cruce la línea, jamás, en nuestro aro anote. Pareciera que la vida te juega una mala pasada, el cuerpo te traiciona, pero buscas estrategias, estás lista para darle batalla. No te intimidó el diagnóstico, estoy segura, pues te miro determinada, estratégica, sonriente para salir a la cancha, con el motor del maverick rugiendo. Nos organizas para este partido tan de campeonato y juntas deseamos no solo ganar esta partida, sino que seas tú quien levante la copa.
Cada tratamiento, una jugada ensayada; cada consulta, un pase perfecto. Con la fuerza de la fe, pones en la base a la Virgen del monte Carmelo. Mientras, concentrada, mantienes la calma, te apoyas en tu escolta. Tus hermanos, tus cariñosas hermanas, los sobrinos que son tus chiquillos, te sostendrán, pues tu espíritu sigue invicto. Marca la pauta, señala la ruta, no hay posibilidad de derrota cuando la escuadra está atenta. Afina la puntería, encesta. Recuerda que esta vida es un juego, solo cuatro cuartos de doce minutos y este juego reglamentario lo marca el destino y aún el silbato no ha sonado. Capitana, seguimos jugando.
*No votar no es opción, dejar tu papeleta sin usar es cobardía.

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