//MENSAJE DOMINICAL:// Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
*XII domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Después de una jornada intensa de trabajo, Jesús pide a los apóstoles que, en barca, vayan a la otra orilla del lago. Mientras van en la travesía, dice el Evangelio: “de pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (Mc. 4, 35-41).
El mismo evangelio nos presenta la respuesta de Jesús: “se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: ¡cállate y enmudece! Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma”. Viene entonces la reprimenda de Jesús: “¿por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”
Los apóstoles saben que Dios es el Señor de la creación, como se revela en tantos momentos del Antiguo Testamento, como se revela a Job: “Yo le puse límites al mar, cuando salía impetuoso del seno materno” (38,8). Y saben que Jesús es la presencia viva de Dios. Ya han sido testigos de sus milagros, especialmente, muchas curaciones. De ahí que, sus dudas y miedo no son tanto sobre si tiene poder para hacer algo en aquella situación. De hecho, sabiendo de su poder, van y lo despiertan.
El problema más de fondo, dice el Padre Cantalamessa es: ¿“No te importa que nos hundamos?”. Es decir, ¿no te importa nuestra vida, nuestra seguridad, nuestra integridad? Los califica como hombres de poca fe, no tanto por desconfiar del poder, sino del amor de Dios mostrado en Jesús. Más aun, esto se convierte una parte del drama más complicado de la fe para muchos: mientras Dios poderoso está en su cielo, en cuántas realidades complicadas vive el hombre cotidiano del mundo.
¿No te importa que nos hundamos? Se trata de un cuestionamiento muy serio. Según los clásicos de la filosofía, la alta moral, la alta ética se mide en la capacidad de una persona de hacerse cargo, de interesarse del otro o de los otros. Es decir, la alta ética se expresa en el amor que hace capaz a una persona de darlo todo por alguien más allá de él. La esposa se desilusiona y deja de creer en su marido el día que deduce que dejó de ser la persona más importante para él.
Por tanto, Jesús reprende a los apóstoles, sí por poner en duda su poder, pero sobre todo por hacerle sentir que a Él no le importan los suyos: no te importa que nos hundamos. Los oleajes de la vida no son cómodos para nadie, pero al final lo más grave resulta cuando lo primero que se perturba es el corazón, al grado, incluso, de conflictuarnos con Dios.
La contundencia del amor divino lo encontrarán los apóstoles, igual que nosotros, en el misterio de la Cruz. La claridad de la fe se nos va mostrando paso a paso en el Evangelio, es decir, en toda la obra de Jesús, pero se vuelve definitiva en la muerte y resurrección del Señor. Ahí nos muestra que sí lo da todo, que no quiere que nos hundamos.
San Agustín hace una metáfora para darle a este acontecimiento una aplicación muy interesante a la vida: “Cristiano, en tu nave duerme Cristo: despiértalo, dará órdenes a las tempestades para que todo recobre la calma (…) Despierta la fe, recuerda lo que has creído. Haz memoria de tu fe, despierta a Cristo. Tu misma fe dará órdenes a las olas que te turban” (Sermones 361, 7). Es bueno despertar a Jesús y así podremos redescubrir que siempre está ahí porque nos ama.
Señor no te pido que me quites los oleajes que me topo en el paso de la vida, lo único que te pido es que quites los vientos y oleajes turbulentos de mi corazón, los cuales me confunden y no me permiten descubrir que ahí estás y que, al final, siempre me sostiene tu amor.