//MENSAJE DOMINICAL:// Les dio Pan del cielo

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*XVIII domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna” (Jn. 6, 24ss). La multiplicación de los panes fue la puerta para entrar a uno de los temas más significativos del Evangelio de san Juan: “El pan vivo bajado del cielo”. Jesús multiplicó los panes, así dio respuesta ante una necesidad tan concreta: el hambre. De inmediato, la gente interpretó aquello como un milagro divino, por lo que concluyen que Jesús es el verdadero profeta, el esperado de los tiempos (Cfr. Jn. 6, 14).
Pero viene un riesgo, que busquemos la fe sólo para solucionar los problemas temporales. De ahí que de inmediato la gente se lo quiso llevar para proclamarlo rey (Cfr. Jn. 6,15), con lo cual quieren solucionar una problemática socio-política. En Jesús ven la garantía para sacudirse el yugo del imperio romano. Pero la misión de Jesús va más allá de una problemática política, por eso se aleja del lugar.
Hoy Jesús, da un paso sustancial: en Cafarnaúm, la gente lo vuelve a encontrar y Él viendo sus intenciones les reprende: “Les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse” (Cfr. Jn. 6, 26). Y la exhortación es clara: “No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna” (Cfr. Jn. 6, 27).
La multiplicación de los panes fue un signo contundente de la presencia de Dios, pero en la fe no podemos quedarnos en los signos. Siempre es fundamental adentrarnos en los significados. Si no llegamos a los significados, vaciamos el contenido esencial. En este caso, el maná del Éxodo y la misma multiplicación de los panes eran un presagio claro de Cristo, “Pan vivo bajado del cielo”, que, ahora, se nos da en la Eucaristía.
Pero, la misma Eucaristía, aún cuando nos postremos ante ella e incluso la recibamos, tenemos el riesgo de vaciarla de su contenido esencial. Como dice el Padre Cantalamessa: la Eucaristía puede convertirse en “un rito mágico, con el que se piensa agraciar a la divinidad y obtener ventajas materiales, o se hunde en una comida sagrada y fraterna en honor de la divinidad, sin una real comunión con ella”. Puede, ciertamente, permanecer inalterable el signo, pero sin encumbrar el significado.
De ahí el llamado del Señor: “No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna” (Cfr. Jn. 6, 27). El objetivo debe ser Jesús mismo, su ser y la comunión de vida a que nos invita a vivir con Él. No la experiencia vivida o la necesidad resuelta, sino su ser que nos permite entrar en un proyecto de comunión con Él, un proyecto que da vida, que genera cambios personales y estructurales, que dignifica nuestra manera de entender. Lo demás puede ser adicional. No podemos pensar solo en resolver la dimensión material de la vida, sin pensar también en resolver otras dimensiones, de donde surgen las decisiones, donde más se facilita el encuentro con Dios, donde se resuelven no solo los proyectos temporales, sino también el proyecto total de la vida.
Es válido trabajar por el pan material, pues éste nos nutre y da fuerza para buscar también otros bienes superiores. En ese sentido, el pan cotidiano es un medio para buscar otros fines más altos. Perder de vista esto, nos pone en el riesgo de trabajar únicamente, como dice Jesús, para tener ese pan material. Ese es el meollo del problema del pueblo en el desierto, de la gente que sigue a Jesús y, en gran parte, del mundo de hoy: buscar a Dios solo para satisfacer necesidades temporales.
Si Jesús es el pan que nos hace vivir, supliquemos al Padre, como decía Dante Alighieri: “Danos hoy el pan de cada día, sin el cual, por este áspero sendero, va hacia atrás quien más en caminar se afana” (Divina comedia). Sin Jesús, la vida no sólo se vuelve más áspera, sino que, además, cada vez pierde su verdadero rumbo. Sin Jesús, Pan de vida, nos desgastamos mucho en cuestiones de corto plazo.
¡Señor, danos siempre de ese Pan!

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