//MENSAJE DOMINICAL:// La verdadera religión
*XXII domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y en guardarse de este mundo corrompido” (Santiago, 1, 21-22. 27). Efectivamente, la caridad es la esencia de la vida cristiana y llena de sentido la vida de toda persona. El apóstol Santiago hace referencia a los huérfanos y las viudas ya que, en la tradición bíblica, estos aparecen como símbolo importante de los marginados.
Pero, partiendo de los más marginados, la caridad, como estilo de vida, nos permite encontrarnos de la mejor manera con todo ser humano, no importando su credo, su condición cultural o geográfica. Y, por el contrario, sin la caridad, la religión se vacía, por eso el reproche de Jesús a los fariseos: “Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. ¡Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres” (Mc. 7).
La fe, por naturaleza, nos capacita para ver y detenernos con el hermano. Y, en consecuencia, nos evita el riesgo de buscar llenarnos empecinadamente de nosotros mismos, lo cual nos incapacita para ver al otro, en la calidad de su ser.
“¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado… No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad…” (Francisco Misericordiea Vultus, 15).
No nos acostumbremos a mirar para un costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones (F T 64). San Gregorio Magno nos cuestiona: “¿por qué ser perezosos en la generosidad, si lo que dan al que está en la tierra lo dan al que tiene su trono en el Cielo?”.
Hoy nos lamentamos de las situaciones tan complicadas que estamos viviendo en el mundo: guerra, diversas expresiones de violencia, suicidios, miseria, desestructuración familiar, niños violentados y abandonados etc., pero, en realidad, muchas de las circunstancias que vive el mundo y que nos duelen, son consecuencia, entre otras cosas, de la suma de omisiones que se cometen todos los días. Es decir, son consecuencia de tantísimas faltas de amor. Los papás que, al no amar profundamente a sus hijos, no los educaron de modo cabal, los grupos religiosos que trabajan poco en la promoción del ser humano, gobernantes que no tienen como objetivo fundamental el bien de las personas, profesionistas que les mueve más el dinero que un auténtico servicio a los demás y tantas expresiones más que merman la grandeza del ser humano. Tristemente, de esas omisiones poco nos confesamos.
La cultura actual, que poco promueve el verdadero amor al prójimo, nos ha llevado a crear vínculos y estructuras que justifican el trabajo por objetivos ajenos a los bienes más altos del ser humano, y, por tanto, al bien común, haciendo cada vez más sólido el pecado estructural. Sin embargo, nos centramos demasiado en la apariencia y lo meramente circunstancial en muchas ocasiones. Por eso la molestia de Jesús en el evangelio. En realidad, consagramos nuestro corazón a Jesús no sólo por una oración, sino también comprometiendo nuestra vida a su proyecto, ayudando a que su amor sea palpable en cada ser humano.
De hecho, la corrupción actual del tejido social, lo primero que hace es distraernos de lo que es esencial en la fe y en los valores religiosos. Y, en consecuencia, fácilmente dejamos de trabajar por dignificar al ser humano. Cuando el corazón se vuelve superficial y se desgasta de más en lo que es secundario, ¿cómo podremos apreciar la verdadera belleza y el encanto de la vida?