//MENSAJE DOMINICAL:// El nuevo orden de vida
*XXIII domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene para salvarlos. Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará” (Is. 35, 4-7). Las palabras del profeta son un rayo de luz y de esperanza, en medio de las crisis sociales y políticas en que vivía el pueblo.
El profeta Isaías le habla, desde luego, a un pueblo concreto, que vive una situación particular, pues Israel y Judá siempre estaban sometidos al juego político de las grandes potencias vecinas en turno, lo que le dificultaba vivir como una nación libre. Pero, las palabras del profeta son también para denunciar toda injusticia humana, en cualquier momento de la historia, incluyendo la actual; sin dejar de exigir, a la vez, justicia en las relaciones sociales entre los miembros del pueblo elegido por Dios.
A partir de ahí, Dios llama a un nuevo orden de vida y libertad: que el corazón del creyente viva en el orden de las propuestas divinas para luego ser fermento de bien para los demás. Cristo viene para implantar esa nueva condición. Después de 7 siglos de las palabras de profeta Isaías, hoy aparece el Mesías en el evangelio, con voz firme: “Effetá”. Ábrete. Le abre los oídos al sordo y quiere abrirnos, a todos, el entendimiento. Quiere que todos entremos en el nuevo orden, que tiene como norma de vida el amor. Sólo, así, no habrá distinción, ni exclusión como lo indica el apóstol Santiago (2, 1-5).
Son muchos los elementos significativos que se dan en este milagro del evangelio. Por una parte, sucedió la curación real del enfermo, mostrando, así, que la presencia liberadora de Cristo incluye la salvación del cuerpo. Pero este milagro sucede en tierra de paganos, en Decápolis, zona de desierto, lo que indica que los signos de la vida que Dios nos ofrece están presentes aún donde pareciera que no hay esperanza. Más, la parte más contundente del hecho no es la física, ni la geográfica, sino la espiritual, pues Jesús no solo le abrió los oídos y la boca al enfermo, sino que le abrió el alma, por eso la respuesta del enfermo y de quienes le acompañan: “Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban”.
Llegó un nuevo orden: un Dios que ama y está para todos. Y el Mesías, hace de esto el camino de la fe: estar para todos y, de modo predilecto, para los marginados, los que más sufren la marginación, la exclusión.
Cristo vino para reafirmar al ser humano, pero, igual que, en tiempo del profeta Isaías, las estructuras dominantes buscan sofocar su dignidad. “La cultura dominante tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano. El impacto dominante de los ídolos del poder, de la riqueza y del placer efímero se han transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social” (Aparecida 387). Las consecuencias todos las estamos viviendo: pueblos secuestrados y situaciones precarias para muchos.
¡Effetá! ¡Ábrete! Es el mandato imperativo de Dios, que llama al corazón, pues no podemos vivir sin su Palabra que da vida. Sin Dios la vida, tarde o temprano, se vuelve árida. Sin Dios generamos culturas efímeras que nos lastiman.
¡Qué cosa mejor nos puede suceder, que el Señor nos abra los oídos para escuchar su palabra de vida y que nos suelte la lengua para poder alabarlo y proclamar ante el mundo sus maravillas!