//MENSAJE DOMINICAL:// Siguen sin entender
*XXV domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
El domingo pasado, con gran certeza, Pedro reveló que Jesús es el Mesías, el enviado de Dios, el salvador. Pero, después, el mismo Pedro mostró su incapacidad para entender el camino de salvación que el mismo Mesías debe asumir: “el camino de la Cruz”. De ahí que tratara de convencer a Jesús de que no tomar ese camino, por lo que se hace acreedor de una dura reprensión de parte de Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres” Mc. 8, 27-35).
Pues ahora, mientras atraviesan Galilea, Jesús retoma el tema de la Cruz: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después resucitará” (Mc. 9, 31). Desea que sus apóstoles entiendan que la médula de su obra, está en su muerte y resurrección. Pero, una vez más, dice el evangelio: “Ellos no entendían aquellas palabras”. Y no se trataba de una incomprensión intelectual, sino afectiva, existencial, pues implicaba cambiar la visión de vida y de fe.
¿Qué hay de fondo en esa incomprensión? Los apóstoles saben que Jesús quiere formar una comunidad y que ellos son llamados para ser parte fundamental en ella. Pero, ellos se adelantan, están pensando en la organización, por eso van discutiendo sobre quién será el primero. Su preocupación es la organización bajo los modelos y criterios del mundo y no bajo la esencia, la mística o los criterios de vida, de pertenencia y convivencia que piensa Jesús.
Jesús prepara una comunidad, la Iglesia. Ahí los apóstoles serán importantes. Pero dicha comunidad, antes que nada, debe nacer de la Cruz y la resurrección. Pues la redención, “tiene un sentido social porque Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres” (E G 178). Desde la redención, la relación, los vínculos de todo cristiano hacia los demás, deben ser absolutamente diferentes a los que el mundo nos propone.
En la comunidad sí habrá uno que será el primero, y lo será porque, con profunda humildad, estará para servir a los demás, como Cristo lo hizo, al grado de dar la vida. Por eso, toma como ejemplo a un niño, pues la autoridad sobre un niño es sólo aquella del servicio. Acoger a un niño significa amarlo, atenderlo: “el que reciba a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado” (Mc. 9, 36.37).
Una comunidad implica organización y autoridad, pero, para Jesús las reglas, los conceptos, los modos de relación en su comunidad son totalmente diferentes a los modelos profanos e, incluso, diferentes a las concepciones tradicionales de las demás religiones.
La Iglesia ni se puede inspirar en los modelos civiles, ni tampoco puede actuar, a toda costa, contra las estructuras sociales existentes. Ésta está para servir a todos, creyentes y no creyentes, para servir a la humanidad y a cada hombre, porque se inspira en Cristo que murió por amor a todos. Por eso su insistencia en que los apóstoles entiendan el misterio de la Cruz.
Los riesgos del mal uso de la autoridad ocurren en el padre de familia que puede llegar a ejercer su tarea de modo hostil y autoritario, puede suceder con el profesionista, puede ocurrir con quien sirve dentro de la Iglesia, con quien tiene un cargo político y con cualquier persona que tenga determinada encomienda frente a los demás.
Nuestros intereses, sin los criterios del Evangelio, siempre serán mezquinos. Pero nuestras acciones bien cimentadas en Dios, siempre serán un servicio que humaniza. A eso nos lleva el camino del Evangelio, el camino de la Cruz.