//MENSAJE DOMINICAL://¡Ten compasión de mí!
*XXX domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
El profeta Jeremías, de parte de Dios, le habla al pueblo que vive en el destierro: “El Señor ha salvado a su pueblo, al grupo de los sobrevivientes de Israel. He aquí que yo los hago volver del país del norte y los congrego desde los confines de la tierra. Entre ellos vienen el ciego y el cojo, la mujer encinta y la que acaba de dar a luz” (31, 7ss).
Lo anunciado por el profeta un día se hizo realidad. De hecho, el salmo nos recuerda ese himno de alegría que el pueblo cantaba mientras iba de regreso, ya libre: “cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio, creíamos soñar; entonces no cesaba de reír nuestra boca ni se cansaba entonces la lengua de cantar. Aún los mismos paganos con asombro decían: ¡grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!”
Pero el poder mostrado por Dios a aquel pueblo era, a la vez, un presagio de la liberación definitiva que Dios nos ofrece en su Hijo. Por eso, Jesús, como lo muestra hoy el evangelio, va hacia Jerusalén, va haciendo el camino hacia la Cruz, donde se mostrará lo más grande del poder liberador de Dios. En este camino, se vuelve muy significativa la curación del ciego Bartimeo, pues dicho camino implica, entre otras cosas, recoger y atender las limitantes humanas, como ya lo anunciaba el profeta Jeremías.
Las miserias humanas pueden ser morales, de fe, emocionales o físicas, como es el caso de Bartimeo. Este milagro nos muestra, en ese sentido, que la fe tiene como cometido especial colocarnos frente a Jesús y facilitarnos entrar en camino con Él, sabiendo que éste es el de la Cruz. Por eso, el Evangelio nos hace ver en Bartimeo al creyente que ora con perseverancia e invoca a Jesús a pesar de la dificultad. Con decisión va al encuentro de Jesús, sabe que es su oportunidad. Y, una vez que es curado, sigue a Jesús en su camino. Ningún elemento de estos puede faltar en la fe del verdadero creyente.
Pareciera que la vida de Bartimeo estaba destinada a pedir limosna y a depender de la compasión de los demás. Pero el toque de fe que Jesús da a quienes encuentra a su paso permite abrir el corazón a la esperanza de una vida nueva. Jesús siempre pasa, siempre está, siempre toca, pero nosotros tenemos la opción de aprovechar su paso o no. Bartimeo no ha hecho méritos para ser curado, porque la fe no es cuestión de méritos propios, sino lo que Dios nos brinda en su misericordia. Decía san Bernardo: “Mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en mis méritos mientras Él no lo sea en su misericordia. Y como la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos”. Por eso nos debemos atrever a presentarnos con decisión frente a Él.
Ante la firme insistencia de Bartimeo, Jesús se detuvo, lo llamó, le preguntó qué quería, lo curó y concluye diciéndole: “tu fe te ha salvado”. En adelante, ¡cuántas cosas pudo ver y entender aquel que era ciego! Por lo contrario, nuestras cegueras, nuestras limitaciones, sin Dios ¿a qué nos llevan?
¡Cuánto podemos ver y entender si nuestra fe nos ayuda a ponernos frente a Jesús!