//MENSAJE DOMINICAL:// El antídoto ante los riesgos del dinero
*XXXII domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
El libro de los reyes nos presenta al profeta Elías que pide a la viuda de Sarepta: “tráeme, por favor, un poco de agua para beber” y después agrega, “tráeme también un poco de pan”. La viuda le aclara al profeta su situación: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; tan solo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija… voy a preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos”. A lo que el profeta responde, haz como dices, pero primero tráeme a mí, pues el Señor dice: “La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. La viuda confió planamente en las palabras del profete e hizo lo que él le pidió (1 Re. 17, 10-16). Por su parte, en el evangelio, Jesús alaba a una viuda pobre que echó en las alcancías del templo todo lo que tenía para vivir, a diferencia de muchos ricos que daban lo que les sobraba (Mc. 12, 38-44).
En ambos casos, se puede resaltar la plena confianza en la providencia divina, la capacidad de poner la seguridad en Dios por encima de toda circunstancia. Pero, igual, estos hechos nos recuerdan que el antídoto contra los riesgos de los bienes materiales está en la generosidad.
Obvio que el actuar de las viudas se vuelve incomprensible y fuera de lugar frente a la cultura actual, tan adoctrinada por el individualismo materialista, que ciega el corazón hacia la generosidad. La cultura del bienestar nos anestesia y nos canaliza hacia el consumismo. Por ejemplo, ya viene el famoso “buen fin” y la intensidad de la mercadotecnia navideña, donde no será raro ver las compras compulsivas. Por desgracia, hemos aceptado el predominio de esta cultura sobre nosotros. La cultura del consumismo ha hecho crecer la negación de la primacía del ser humano. Dice el Papa Francisco: “Vivimos en la cultura de una economía sin rostro y sin objetivos verdaderamente humanos”. En esta cultura, no cabe la ética que exalta el valor absoluto del ser humano, como tampoco cabe Dios, como suprema providencia (cfr. E. G. 54.55. 56).
La lógica con que fue diseñada nuestra naturaleza humana implica una riqueza infinita que nos impulsa a crecer, a valorar y a detenernos con el otro. Pero, el mundo, ahora, nos ha ido empujando hacia una lógica materialista que mutila los valores supremos y, por tanto, los valores verdaderamente humanos. De ahí se genera lo que el Papa Francisco llama la cultura del descarte.
La lógica del tener, como regla suprema de vida y como aspiración máxima, nos está matando. Eso ha generado fraudes, narcotráfico, violencia, caciquismos políticos y todo tipo de competencias desleales, que, en muchos casos, empiezan desde el seno familiar.
Mientras el egoísmo, la envidia y la avaricia empequeñecen el corazón, la generosidad lo ensancha y lo hace más capaz de amar y de comprender lo que sí da vida. La generosidad enriquece interiormente y nos permite darle un rostro humano, incluso, a los bienes materiales.
Como enseña San Beda, Dios no prohíbe a nadie los saludos en las plazas, ni vestir bien, ni tampoco ocupar el primer lugar en un banquete cuando corresponde por oficio, tampoco prohíbe organizar los bienes materiales. El problema es convertir eso en la norma de vida, aferrándose a ello de manera desordenada y más, cuando para lograrlo, lastimamos a los demás.
Lo que las viudas de Sarepta y del evangelio hicieron, es lo que han hecho y siguen haciendo infinitud de personas sensatas que han querido ganar su salvación. Pero eso se vuelve imposible para quien no entiende la providencia de Dios que lo rebasa todo en generosidad.
No se vale que, si la providencia divina lo da todo, nosotros no seamos también providentes con Dios y con los demás. Demos cosas, tiempo, capacidad, alegría, comprensión, cercanía; permitamos que el amor sea tangible, sea palpable.