//MENSAJE DOMINICAL:// Se acerca la liberación
*Primer domingo de adviento
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
La navidad está a la puerta y nos preparamos para ella a través del tiempo del adviento. Dios nos vuelve a llamar desde la fe, para recordarnos que Él siempre quiere estar con nosotros, para que, a su vez, nosotros podamos estar con Él.
No hagamos este tiempo a nuestro modo. Que sea la palabra de Dios la que nos acompañe y guíe estos días, para que sean según Él. Y esa palabra divina hoy es contundente, pues Jesús, haciendo eco del profeta Daniel, nos revela algo extraordinario en el Evangelio: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo, por el estruendo de las olas del mar… Entonces verán venir al Hijo del Hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando esas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación” (Lc. 21, 25-28).
Se trata de un lenguaje apocalíptico, el cual no significa, para nada, catástrofe, sino revelación. De ahí que, más que miedo por el lenguaje, es importante que nos concentremos en lo esencial de lo revelado.
Este relato nos presente la plenitud de la salvación: vendrá Jesús, el Hijo de Dios, con gran poder, revestido gloria y majestad. Con este anuncio, se nos quiere provocar a despertar, a estar atentos: “Levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”. El lenguaje apocalíptico de este Evangelio, nos permite recordar que, en realidad, el mundo y todo el universo es obra divina, por eso tiembla frente a Dios (cfr. Ps. 114). Este universo ante el cual, muchas veces, nos rendimos es nada frente a Dios. Por eso, es fundamental que alcemos la mirada más allá de lo que nuestros ojos nos muestran. Levantemos los ojos hacia el misterio de Dios que nos ama y se nos revelará, una vez más, en el pesebre y, luego, de muchos otros modos.
Levantemos la cabeza y descubramos lo que es esencial. Nuestros sentidos nos ponen en contacto todos los días con un mundo sensible y, eso, es una dicha. Qué bueno que disfrutemos de lo que Dios nos ha dado en la creación. Pero, igual, reconozcamos humildemente que ahí no está la plenitud de la vida, que eso no satisface plenamente nuestro corazón.
Si los fenómenos que describe el Evangelio, que hacen alusión al final de la historia terrena, nos hacen ver con contundencia que el mundo es nada frente a la grandeza de Dios, entonces reconozcamos que Dios es la única certeza que tenemos y por eso Jesús vendrá a consumarlo todo.
Levantemos la cabeza y abramos la mente y el corazón, descubramos que Dios está y quiere estar. Abramos la mente y el corazón, para que “los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente…”.
Cuando Dios está, Él lo renueva todo, lo cual nos permite que todo se vuelva importante y significativo: la familia, los amigos, los acontecimientos, el dinero, la casa, el trabajo, la salud, la diversión, el afecto, la comida, la bebida, etc. Él nos permite disfrutar y dar orden a todo. En cambio, cuando Él no está, es muy común que terminemos dando un valor indebido a determinadas cosas.
El ser humano está cansado por fallar continuamente ante tanto esfuerzo queriendo que no existan más miserias ni violencia, sino justicia y bienestar para todos. El ser humano está cansado de poner continuamente su confianza en personas y herramientas que prometen cambiar la historia. Pero, no olvidemos, Jesús no sólo vendrá al final de la historia, Él viene y toca al corazón todos los días y es Él el único que de verdad puede cambiarlo todo. No lo hace de modo mágico, sino porque el mundo es diferente sólo en la medida que le permitamos a Jesús cambiar y renovar la manera de ver la vida.
El hombre moderno quiere cambiarlo todo sólo con técnicas, ciencia, poderío, dinero y nuevos regímenes políticos. Pero san Pablo nos recuerda el ingrediente esencial que sí lo cambia todo: “Que el Señor los llene y los haga rebosar de un amor mutuo y hacia todos” (1Tes. 3, 12ss).
¡Señor, haznos más humildes, para que no olvidemos que fuimos creados para ser colmados de ti! Fuera de ti, ¿cómo darle un verdadero significado a nuestra vida?
¡Ven, Señor, te necesitamos!