//MENSAJE DOMINICAL:// El bautismo nos introduce al misterio de Dios

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Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Con el bautismo del Señor, estamos concluyendo las fiestas de la navidad. Desde el 24 de diciembre, hemos tenido la posibilidad de contemplar a Jesús en el pesebre y, a partir de los personajes que se han acercado ahí, hemos ido descubriendo los diversos modos de acogerlo: en los pastores vimos la simpleza y la alegría; en los magos vimos la humildad, pues, sin dudas en su corazón, se postraron y lo adoraron y, desde luego, en José y María encontramos la disponibilidad para servir a Dios y para guardar en el corazón las cosas que iban descubriendo en aquel divino niño.
Pero, ahora llega el momento de que esa dicha de Dios, que resplandeció desde el pesebre, llegue al corazón de cada uno. Así, el bautismo de Jesús nos hace pasar del pesebre hasta el Jordán, donde inicia el proceso de una vida intensa y nueva. Si este Jesús que se ha manifestado en el pesebre de verdad ha conquistado mi corazón, llega el momento de darle un sí rotundo y de empezar a caminar con Él. En ese sentido, el bautismo no puede verse como un hecho aislado, sino como una puerta que nos abre a realidades y exigencias nuevas.
Juan bautizaba en el Jordán y, así, hacia el llamado a la conversión, a allanar el camino. En la fila de los que se quieren bautizar aparece Jesús. Con eso, nos quiere decir: aquí está la fila del camino nuevo, es la fila de la conversión que nos prepara a la gracia, al bautismo del Espíritu Santo y del fuego. Jesús se formó en la fila de los pecadores no porque Él fuera pecador, sino para indicarnos desde dónde parte el nuevo proceso. Baja al agua del Jordán para indicarnos que el camino de la nueva fe inicia precisamente en el agua y con el don del Espíritu. En el agua se depositan los pecados para resurgir al camino de la luz. Jesús nos está indicando que no podemos formar parte con Él sin conversión y sin gracia. Santificó las aguas del Jordán para que luego nosotros fuéramos santificados en ellas.
Jesús baja al Jordán, para indicarnos que el bautismo es la puerta que nos introduce al misterio de la Santísima Trinidad. Por eso, ahí en el evento del bautismo se manifiesta en pleno: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Y mientras Jesús (El Hijo) oraba se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma sensible, como de una paloma” (Lc. 3, 21-22), también se oyó la voz del Padre que decía: “Tú eres mi Hijo amado, el predilecto, en ti me complazco” (Lc. 3, 22). Se trata del misterio más profundo de Dios.
En adelante, Jesús, además de reafirmar su identidad como Mesías, como el Hijo de Dios, también nos mostrará el verdadero rostro de Dios Padre y la fuerza del Espíritu Santo. De ahí que el bautismo del Jordán debe estar siempre en conexión con el mandato final de Jesús a los apóstoles: “vayan y bauticen a todos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Por último, el bautismo del Jordán nos abre al conocimiento de Dios, pues este hecho marca el inicio de la llamada vida pública, el inicio de la predicación del Reino. Somos bautizados para iniciar un camino con Jesús, donde vamos aprendiendo de sus palabras y de sus diversos signos. Es el caminar del discípulo que aprende del maestro. Nuestra fe no puede quedarse solo con el bonito recuerdo de la navidad, pues si con fe lo hemos recibido y hemos celebrado su presencia, ahora con fe atendemos sus palabras y nos disponemos a caminar con Él.

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