De la exigencia a la dejadez

De la exigencia a la dejadez

Por Velia María Hontoria Álvarez

En los años 70, la disciplina en las aulas era una constante que marcaba la vida escolar. Las mochilas de cuero pesadas y resistentes, guardaban libros, libretas y lápices de colores. Las reglas y compases tenían su propio estuche, y este último se cuidaba con especial atención para evitar que se rompiera la punta. Sentarme en el pupitre significaba dedicar la mañana al aprendizaje. Estaba siempre atenta, dispuesta a escuchar cada palabra de los maestros, pues sabía que era una oportunidad invaluable para alimentar mi mente y resolver las dudas que rondaban en mi cabeza.
Geografía, gramática, ciencias naturales y, por supuesto, mi gran desafío: las matemáticas. Aprender a escribir con letra cursiva y luego reaprender la de molde o script era todo un reto. Más tarde, llegó mi primera pluma fuente y, después, el bolígrafo, herramientas que acompañaban los conocimientos que debía demostrar con horas de estudio y memoria. Sabíamos que nada se conseguía sin esfuerzo. Cada punto en la boleta debía ganarse, y el “diez” o la “A” se convertían en símbolos de dedicación. La educación era un privilegio; no todos tenían acceso a ella. Muchos niños trabajaban en el campo o ayudaban a sus padres, lo que dificultaba que terminaran la primaria.
Los maestros eran altamente respetados. Cuanto más exigentes eran, más los valoraban los padres. En mi caso, nunca tuve maestros que recurrían a la violencia física, pero sí muchos que sabían aplicar la disciplina de manera efectiva. Tuve educadores que dedicaron tiempo valioso a formar mi mente y a pulirla con paciencia.
Hoy la situación ha cambiado considerablemente. El acceso a la educación se abre y las becas están disponibles, sin que se exijan méritos. Esto, en teoría, debería significar que hay más niños con acceso a una mejor educación. Sin embargo, el concepto de esfuerzo en el ámbito educativo ha cambiado. Muchos estudiantes piensan que la educación debe ser un proceso sin dificultades, tanto para ellos como para los maestros.
Los educadores han perdido autoridad. Se ven intimidados por estudiantes problemáticos, quienes, con el respaldo de padres poco comprometidos, se sienten impunes. El sistema educativo actual permite que aquellos que apenas se esfuerzan obtengan las mismas calificaciones que aquellos que dedican horas de estudio. La calidad educativa se diluye y parece que el verdadero propósito de formar personas de bien ha quedado en segundo plano.
El papel de los padres también ha cambiado. Pocos se dedican a revisar las tareas, a complementar la información o a resolver las dudas de sus hijos. Las redes sociales y la búsqueda rápida de información en internet han reemplazado su involucramiento en el proceso educativo. Como resultado, los niños crecen con actitudes desafiantes, a menudo faltas de respeto hacia la autoridad, y en ocasiones se convierten en adultos que no valoran las reglas.
Aún es posible recuperar la autoridad del docente y devolverles su rol como formadores. Esto requiere apoyar a los maestros con mejores sueldos y capacitación. También es crucial involucrar a los padres en el proceso educativo, ya que son ellos quienes pueden enseñar el valor del esfuerzo y la dedicación. La calidad educativa no se logra con más aulas o más becas, ni mucho menos otorgando calificaciones aprobatorias a quienes no se lo han ganado. La educación de calidad es un compromiso compartido entre maestros, padres y estudiantes. El gobierno debe facilitar las condiciones para que este compromiso sea posible y así podamos retomar el camino hacia una formación basada en valores, conocimiento y respeto o ¿usted qué opina?.

CATEGORIES
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus (0 )