
//MENSAJE DOMINICAL:// Nueva dimensión de vida
*Segundo domingo de pascua
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“Estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: la paz esté con ustedes. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría” (Jn. 20, 19-31).
Este hecho lo cambia todo. Cristo está vivo, ha resucitado y ahora se presenta entre los discípulos. La Cruz de Cristo ya es en sí misma fuerza que trasforma, que provoca y cuestiona, es la expresión más profunda de la victoria del amor. Pero la contundencia de la Cruz nos enlaza ahora, necesariamente, con Cristo glorioso, que, resucitado, sobrepasa el tiempo y el espacio, como lo presenta el libro del Apocalipsis: “… al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio de ellas un hombre vestido de larga túnica… poniendo sobre mí la mano derecha, me dijo: No temas, Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá”.
La resurrección no es simplemente que el cuerpo muerto de Cristo volvió a tener vida, que le volvió a circular la sangre y tuvo fuerza para salir del sepulcro. Se trata de una realidad absolutamente nueva. Es una nueva condición de Jesús y que abre, también, para nosotros, una dimensión diferente de vida.
Para muchos científicos, las ideas de la resurrección resultan irreales; pero, otros simplemente dicen: la realidad que estamos acostumbrados a palpar sensiblemente no es la única. En ese sentido, la resurrección de Cristo es algo que sale de los alcances de nuestra experiencia ordinaria. Por eso, como explica el cardenal Ratzinger, el modo como se aparece Jesús resucitado “corresponde a esa dialéctica del reconocer y no reconocer. Jesús llega a través de las puertas cerradas, y de improviso se presenta en medio de ellos. Y, del mismo modo, desaparece de repente. En esta sorprendente dialéctica entre identidad y alteridad, entre verdadera corporeidad y libertad de las ataduras del cuerpo, se manifiesta la esencia peculiar, misteriosa, de la nueva existencia del Resucitado” (Jesús de Nazaret, 2ª. parte). Explica también el Cardenal, “es exactamente el mismo, solo que de modo diferente”.
Jesús, resucitado, hace que su ser, incluido su cuerpo, retome su dimensión divina y eterna. Por lo que ahora, como enseñaba Tertuliano: el espíritu y la sangre tienen un lugar en Dios. Así, Cristo resucitado, al representarnos a todos, inaugura una dimensión nueva para el ser humano. Ha creado, para todos, un nuevo ámbito de vida, pues, con todo nuestro ser, alma y cuerpo, podemos alcanzar la dicha de Dios. La filosofía greco latina y el común de las religiones siempre han sostenido que el alma es inmortal, pero Cristo con su resurrección, nos indica que la eternidad, junto a Dios, no es un llamado para el alma, sino para el ser humano completo, cuerpo y alma.
Tomás no estaba con los demás discípulos cuando se les apareció el Señor, y al platicarle que lo habían visto, él, de inmediato, muestra su incredulidad. Necesita la prueba física de las llagas en las manos y en los pies, así como del costado abierto para poder creer. Explica el Padre Cantalamessa: aquí “el Evangelio viene al encuentro del lector moderno, al hombre de la era tecnológica, que no cree si no es en lo que puede comprobar”. Recoge a aquellas personas buenas que están dispuestas, incluso, a sacrificar su vida por cosas importantes como puede ser una investigación científica, defender la patria en una guerra, desgastarse por su familia, etc… pero “les cuesta trabajo dejarse llevar a la alegría de creer”.
En realidad, Tomás no tenía necesidad de esas pruebas. Lo que necesitaba era dejar de aferrarse al sufrimiento que le causó la cruz y el sepulcro. Necesitaba darse la oportunidad de dejarse reencontrar por Jesús. ¡Qué duro cuando las vicisitudes de la vida nos desnudan existencialmente y nos hacen ver que no somos tan capaces como a veces imaginamos; cuando las pérdidas humanas y materiales nos hacen ver que necesitamos de referentes más altos que los que la sola demostración sensible nos ofrece! De ahí la respuesta de Tomás: “Señor mío y Dios mío”.
Cristo, con su resurrección, nos deja en claro que la misericordia divina no es una simple respuesta a las necesidades temporales, sino la respuesta a las necesidades más altas: la necesidad humana de eternidad, de trascendencia, de libertad y seguridad interior. A eso nunca podrá llegar el simple poder humano.