//MENSAJE DOMINICAL:// Pastor que conduce a las fuentes del agua

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*Cuarto domingo de Pascua


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”. El Buen Pastor es uno de los títulos con que Cristo se autodefine y bajo el cual lo reconocen los primeros cristianos. De hecho, en la antigüedad, frente a los contrastes de la vida llena de confusiones y ambiciones propios de la ciudad, la imagen de Cristo, Buen Pastor inspiraba serenidad y sencillez. La riqueza de esa imagen era, además, completada con el pensamiento del Antiguo Testamento: “El Señor es mi pastor, nada me falta… aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo…” (Ps. 22, 1-4). De modo que el Buen Pastor conoce el camino y nos da seguridad en el paso de la vida.
La imagen de Cristo, Buen pastor, se ponía con frecuencia sobre los sarcófagos, en las catacumbas, reconociendo así que Cristo como Buen Pastor, ya había pasado por las partes tortuosas de la vida y por la oscuridad de la muerte. Saliendo victorioso daba también a la muerte humana un sentido de esperanza, confiando en que quien estaba en las manos del Buen Pastor tenía esperanza de salir victorioso del paso de la muerte. Como escribía Benedicto XVI: “Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso abierto” (Salvados en la esperanza, 6).
La fe y el reconocimiento de Cristo, Buen Pastor, igual que a los primeros cristianos, nos debe acercar a Aquel que nos acompaña incluso en el dolor y en la muerte y que con su vara y su bastón nos sosiega, de modo que nada hay que temer. La fe nos acerca a Aquel que lleva en su mano el libro del evangelio de la verdad, al que sabe y enseña el arte de vivir, al que tiene la sabiduría para recorrer el camino de la vida.
La imagen del Buen Pastor es una respuesta a una de las necesidades fundamentales de la vida: la seguridad. Sin una seguridad como la que da el Buen Pastor, que pone en paz el corazón, que nos muestra el caminar seguro y nos hace salir victoriosos aún en las cañadas de la muerte, el ser humano se aferra de modo desgastante a lo que es caduco, a lo que es transitorio. De hecho, no son pocos los corazones que vagan por el mundo cansados por el peso de la vida. Buscan certezas y no las han encontrado, buscan una esperanza y todo se desvanece. Ante una necesidad así, hoy nos vuelve a hablar Cristo: “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie les arrebatará de mi mano”.
Cristo es el Buen Pastor que nos ofrece la victoria definitiva: “Estos son los que han pasado por la gran tribulación y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero… Porque el Cordero, que está en medio del trono, será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua de la vida, y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima” (Ap. 7, 9-14).
Cristo es el Buen Pastor, no para resolvernos la vida, sino para caminar con nosotros y ayudarnos a resolver. Él nos permite disfrutar de las bondades del camino, sin dejarnos solos a expensas de los tropiezos. Ojalá tengamos la humildad suficiente para dejarnos guiar, reconociendo que solos no podemos.
Aún cuando las limitantes del camino nos abruman y confunden, la voz dulce y firme del Pastor nos fortalece y nos permite clarificar el camino.

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