
//MENSAJE DOMINICAL:// La Trinidad es plenitud divina y nos da plenitud humana
*Solemnidad de la Santísima Trinidad
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“Vayan, pues, y hagan discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo“ (Mt. 28,10-20). Nacemos en el bautismo que se nos da en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; vivimos sostenidos por la gracia de los demás sacramentos que se nos administran en nombre de la Augusta Trinidad, los cuales nos ayudan a vivir en amistad con Dios en este peregrinar terrenal. Pero igual morimos en esa fe trinitaria que nos permite entrar a contemplar y disfrutar del amor divino en el cielo, lugar de gloria con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El misterio de la Santísima Trinidad no permite entender por qué no podemos decir que todas las religiones son iguales. Decir que todas nos hablan del mismo Dios, significa un verdadero atentado contra el misterio mismo de Dios. Por ejemplo, en la antigüedad el común de los pueblos buscaban a un Dios desde su pobre entender, siempre en un ambiente religioso envuelto de mitologías y cosmovisiones incomprensibles; adoraban a dioses lejanos, que no enseñaban nada a su pueblo. Eran “dioses que se habían demostrado inciertos…” sustentados en “mitos contradictorios de donde no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban sin Dios” (Benedicto XVI, Salvados en la esperanza, 2).
En cambio, el Antiguo Testamento que recoge miles y miles de años, nos presenta una síntesis del actuar de Dios frente a la creación entera y en particular nos presenta el actuar amoroso hacia el hombre, que lo resume muy bien el salmo ocho: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, me pregunto: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, ese pobre ser humano, para que de él te preocupes”. En síntesis, a diferencia de las demás religiones, el Antiguo Testamento muestra la grandeza de un único Dios, Creador y Señor de todo el Universo; pero es, además, un Dios que siempre busca y cuida de su creatura predilecto.
Pues el proceso de búsqueda amorosa de parte de Dios, toma su plenitud en Cristo, quien, por su parte, como lo muestra en Nuevo Testamento, nos revela la intimidad más profunda del misterio de Dios: nos enseña que Dios es amor y que existe en tres personas. Jesús, el Hijo, viene por designio del Padre. Y el Hijo, nos habla también del Espíritu de la verdad (Jn. 16, 12-15). Tres personas distintas en un solo Dios verdadero.
Creemos en Dios que es Padre, Creador y Señor de todo; que es Hijo, Salvador, que se convierte para nosotros en el rostro amoroso y cercano de Dios y también en el Santo Espíritu, que nos vivifica y enciende en el amor divino.
Vivir desde la grandeza y la belleza del amor de este Dios trinitario, que se ha volcado hacia nosotros, es lo que marca la infinita diferencia entre la fe cristiana respecto a cualquier otra religión. Es este Dios amoroso, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo donde se muestra la plenitud de Dios. Pero también ahí el hombre encuentra su propia plenitud. Quitarle algo a toda la expresión de Dios, como se nos ha revelado en Cristo, es contentarnos con la concepción de un Dios pequeño, que tal vez por querer hacerlo a nuestra medida nos sentiríamos contentos.
Una religión sin la Santísima Trinidad y sin la riqueza de amor y de vida que nos transmite cada una de las divinas personas, equivale a una religión con un Dios pequeño para un ser humano pequeño, sin deseos de trascender y de llegar a la plenitud de vida.