//MENSAJE DOMINICAL:// Ser una creatura nueva

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*XIV domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“En Cristo Jesús de nada vale el estar circuncidado o no, sino el ser una nueva creatura” (Ga. 6, 15-16). Hacia allá debe apuntar nuestra fe, ser creaturas nuevas. Ese debe ser el fruto más importante de nuestra salvación.
Todo el actuar de Dios toma sentido a partir de esa sublime ilusión: ver una humanidad renovada. Dios ya hizo su parte, toda la historia de la salvación va a eso, la cual llega a su culmen en Cristo que murió y resucitó. Pero la obra de Dios exige también la respuesta del creyente, porque así ha sido y es la dinámica de la salvación.
El profeta Isaías le anuncia al pueblo, que estaba en el exilio: “Yo haré correr la paz sobre ella (sobre Jerusalén) como un río y la gloria de las naciones como un torrente desbordado” (66, 10-14). El pueblo creyó, se dispuso, cuando se dieron las condiciones, se puso en marcha y, efectivamente, un día reencontraron la dicha de regresar jubilosos a la ciudad santa.
Así, nosotros, ser “creatura nueva”, es fruto de la salvación obrada en Jesús y de nuestra respuesta de fe. Se trata de una renovación que envuelve nuestra existencia en sus dimensiones ontológica, teológica, moral y social; es decir, encierra un cambio profundo y total de nuestra vida. La renovación que nos da la fe tiene implicaciones ontológicas, porque transforma nuestro ser. Cristo al compartirnos su ser, nos hace entrar en otras dimensiones, lo que antes era solo natural ahora participa de lo sobrenatural. Explica Tomás de Aquino: “por la fe en Cristo y por el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones, somos renovados y nos unimos a Cristo”; de modo que ahora podemos trascender a lo eterno, igual que Cristo.
La “nueva creatura” tiene implicaciones Teológicas, porque ahora la relación con Dios es diferente; fuimos creados a su “imagen y semejanza”, así Dios quiso que los seres humanos le diéramos sentido a toda la creación; pero, ahora, por la salvación, ya no somos solo creaturas predilectas, que participamos de una herencia terrenal, es decir, del mundo nuestra bella morada; sino que ahora somos también hijos predilectos, con una herencia celestial. Cuando queremos ser autosuficientes, nos hacemos muy terrenales, pero cuando nos abrimos al amor de Dios, entonces los horizontes humanos se vuelven ilimitados; por eso, San Pablo advierte que ya no presume de lo suyo, sino de la Cruz de Cristo.
Ser “nuevas creaturas” tiene también implicaciones morales, pues como decía Aristóteles: “El actuar sigue al ser”; por lo que, la nueva creatura conlleva también un obrar nuevo. Cristo, con su Cruz y resurrección, hace resurgir la belleza de la inteligencia y del corazón humano, para que actuemos con plena libertad. Nos hace libres para que podamos elegir lo que nos construye. De hecho, las primeras comunidades cristianas, sintiéndose libres, rompieron de inmediato con los esquemas caducos y eligieron un modo de vida nuevo, el del amor, lo cual los hacía diferentes al común del pueblo (Cfr. Hech.2, 42-47).
Ser “nuevas creaturas” tiene también un efecto social. Ser creatura nueva debe reflejarse en la manera de implicarse responsablemente en las cosas del mundo. Las estructuras laborales, culturales, políticas, económicas, religiosas y cualquier otra, serán diferentes sólo en la medida en que las personas que ahí participen sean diferentes. Un cristiano no puede vivir de modo indiferente, mediocre, pasivo o solo criticando lo que no va bien. El cristiano se compromete con responsabilidad.
Nos dice Jesús en el Evangelio, que la cosecha es mucha y los trabajadores pocos, que roguemos al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos (cfr. Lc. 10, 1-12). Pues frente a este mundo vasto y lleno de situaciones difíciles, pidámosle que nos haga creaturas nuevas, para cooperar en su campo, para ayudarle a que el mundo sea nuevo.
Si cada día, de la mano de Dios, nos vamos renovando, seremos creaturas nuevas y podremos ayudar a que el mundo sea diferente. Pero, además, haremos nuestra la promesa de Cristo: nuestro nombre quedará inscrito en el Reino de los cielos.

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