//MENSAJE DOMINICAL:// Señor, no pases sin detenerte

//MENSAJE DOMINICAL:// Señor, no pases sin detenerte

*XVI domingo del tiempo ordinario


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte” (Gén. 18, 1ss). Así fue la petición de Abraham. Pero, yo, también, consciente de mi indignidad, sin tener ningún mérito suficiente, te pido Señor, por piedad, no pases junto a mí sin detenerte.
Este tipo de solicitudes, sí que mueven a Dios. Porque si algo agradece es que nosotros seamos hospitalarios con Él. Comúnmente le pedimos que nos ayude, nos cuide, nos bendiga, nos ame, nos perdone, pero también es bueno que nosotros le sorprendamos a Él con gestos de atención y de ternura. Abraham vio la presencia de Dios en aquellos tres hombres que se acercaban a su tienda y por eso su petición: “Te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”. Y, efectivamente, los atendió con todo lo que estaba a su alcance.
Pero lo mismo debió pasar en la familia de Martha, María y Lázaro. Cuántas veces, tal vez, vieron pasar a Jesús hacia Jerusalén después de cruzar el desierto y, lo mismo, lo veían pasar de regreso. Es posible que alguna vez Él mismo se acercó a pedir agua. Pero, sin duda, ellos le dijeron: ¡Te rogamos, Señor, que nunca pases sin detenerte! ¡Queremos atenderte!
Dios siempre está para atendernos. Su providencia es desbordante sobre nosotros. Pero qué dicha la de aquel corazón que atina al decirle a Dios: permíteme usar un poco de lo que tú mismo me has dado, para ahora yo atenderte. Eso fue lo que hizo Abraham, eso fue lo que hacían muchas veces Martha, María y Lázaro. Eso fue lo que hizo siempre la virgen María, lo que hicieron los discípulos de Emaús y lo que han hecho mucha gente buena a lo largo de la historia.
Qué pena, Señor, que pases tantas veces y no te reconozcamos y, mucho menos, te invitemos a entrar para atenderte. Permítenos reconocerte y atenderte en el pobre, en el enfermo, en el que está solo, en el desamparado, el anciano y en tantas maneras más como pasas en nuestra vida. Pero, permítenos también reconocerte vivo y real en la sagrada eucaristía.
Hay un apostolado muy antiguo en la Iglesia Católica que se llama “Adoración Nocturna”, cuyo objetivo principal es disponer de una noche al mes para atender a Jesús, para estar con Él. Igual, hay otros apostolados y movimientos que tienen como objetivo especial estar velando y acompañando a Jesús. Es admirable también que, en algunas comunidades, sobre todo rurales, celebren con enorme regocijo el día en que llegó por primera vez el Santísimo Sacramento para quedarse en la comunidad.
Muchos lo reconocemos presente y vivo, al menos, cada ocho días, en la santa misa. Pues debemos preguntarnos con seriedad: ¿Cuándo lo tengo ahí presente, frente a mí, en qué lo aprovecho?, ¿qué despierta en mí?, ¿cómo lo atiendo? Después de la santa misa, Él se va con nosotros a la casa, al trabajo, a los actos lúdicos, etc., pues “el Señor viaja con aquellos que viven dentro de la fe” (Orígenes).
Parafraseando algunos pensamientos de San Juan de la Cruz, él nos dice: El paraíso de Dios es el corazón del hombre. Y cuando le permitimos estar, las bendiciones son infinitas. ¡Sé el escondite de Dios, donde Él reposa! Los hermanos de Betania tuvieron el sagrado acierto de abrir las puertas de su casa y de su corazón al Maestro. Quisieron hacer de su casa un escondite para Él. Por eso lo conocieron como pocos, porque ahí Jesús se desenvolvía en un clima de amistad, con naturalidad y sencillez. Y sólo en ese ambiente se conoce lo más sagrado de Dios.
¡Qué pobres somos cuando nos perdemos de la presencia de Dios! ¡Qué miserables somos cuando sólo queremos que Él nos dé! ¡Qué mezquinos, cuando lo buscamos de carrera o por simple cumplimiento!
Abraham, Martha, María y Lázaro sólo abrieron las puertas de su casa y de su corazón para atender a un peregrino pobre, cansado y hambriento que pasaba por ahí. Nunca imaginaban que, por ese gesto, entraba en su casa el verdadero Dios.
Abraham, Martha, María y Lázaro nos enseñan cómo se llega al misterio más alto de Dios.

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