
//MENSAJE DOMINICAL:// La puerta es para todos
*XXI domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“¿Es verdad que son pocos los que se salvan?” (Lc. 13, 22). La salvación no es una cuestión de números, no es si cabemos o no cabemos en el cielo. Frente a la salvación, Dios tiene un modo muy peculiar de actuar, como lo vemos en las lecturas de este domingo. Habla a través del profeta Isaías: “Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua. Vendrán y verán mi gloria” (Is. 66, 18). Estas palabras del profeta fueron proclamadas años después del destierro en Babilonia, dejando en claro que Dios no está restringido a ninguna raza o cultura. Los humanos levantamos barreras étnicas, raciales, económicas y de todo tipo, Dios no. Este pasaje es un presagio de la venida de Cristo que viene para derribar toda barrera, viene a recordarnos que todos cabemos en el corazón amoroso de Dios y, Él, siempre espera nuestra respuesta.
En el salmo, nos hace una invitación muy precisa: “que alaben al Señor todas las naciones, que lo aclamen todos los pueblos”. La razón es muy clara: “Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre” (Ps. 116). No se habla de números, de volumen, habla de un modo de ser de Dios y de un creyente sensible a las bondades divinas.
En la segunda lectura, el autor escribe a los hebreos exiliados, quienes sufren por vivir lejos de la ciudad santa. Pero se les hace ver que dicha ausencia es sólo un correctivo. Porque así es Dios: los signos adversos de los tiempos también son correctivos para el creyente. Así maduramos y reafirmamos nuestra necesidad de Dios.
Entonces, en concreto, ¿quiénes serán los recibidos en el Reino y quiénes serán los rechazados? La puerta es para todos, pero cada quien la abre o la cierra para sí mismo con sus obras: “Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí todos ustedes los que hacen el mal” (Lc. 13, 22 ss).
Entonces, ¿serán pocos o muchos los que se salvan? No nos quedemos en la cantidad, mejor aprendamos a vivir del amor de Dios que es infinito (cfr. 1 Tm. 2,4). “Esfuércense en entrar por la puerta que es angosta”, dice Jesús. La salvación es un don de Dios, pero al don de Dios debemos sumar los frutos de la correspondencia. Así, que no basta pertenecer al pueblo. Hoy diríamos: no basta estar bautizado, confirmado y tener la primera comunión, hay que nutrir y vivir la fe. En ese sentido, la respuesta de cuántos se van a salvar no la tienen ni el Padre ni Jesús ni el Espíritu Santo ni, ni mucho menos, la Iglesia Católica o alguna otra religión. La respuesta la dará cada uno: ¿Me sumo o me resto? El llamado es para todos, en el cielo hay lugar para todo el mundo. Los medios están puestos, pero cada quien responde o no responde. Bien decía san Agustín: “El que te creó sin ti, no podrá salvarte sin ti”.
La oferta de salvación está a nuestro alcance, pero, para algunos, esto no es algo prioritario en su vida. Por eso, la respuesta de Jesús es, “esfuércense, porque la puerta es angosta”. Dios ha hecho y sigue haciendo lo propio, ahora toca a cada uno responder personalmente.
Ser un cristiano es algo muy serio, exige una opción fundamental, pues Cristo no es un elemento entre otros, es Dios con nosotros y Él no se contenta con una parte de nuestro ser o de nuestro tiempo. La imagen de la puerta angosta significa la lucha y el compromiso constante, pues la salvación no se resuelve de una vez por todas, es un caminar y un reafirmar todos los días una alianza con quien es todo amor.
El sí es hoy, porque “cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos! Pero Él les responderá: No sé quiénes son ustedes” (Lc. 13, 25).
Señor, que en tu amor encontremos la fuerza para vencer los obstáculos que intentan separarnos de ti. Necesitamos tu sabiduría para dirigir sensatamente nuestra vida, necesitamos los signos que nos marquen cada día el rumbo.