
Hidra
Por Velia María Áurea Hontoria Álvarez
¿Se recuerdan de la Hidra de Lerna? Aquel monstruo griego de múltiples cabezas que parecía invencible. Cada vez que Heracles cortaba una, brotaban dos más. El secreto de su inmortalidad no estaba en las cabezas rugientes, sino en el pantano que la nutría. Al recordar esta leyenda pensé en México, y, me dije: mi país es esa Hidra. No importa cuántos funcionarios caigan ni cuántos escándalos se destapen: el pantano de la corrupción y la impunidad sigue engendrando monstruos. A un secretario acusado de vínculos con el crimen lo reemplazan dos con discursos más grotescos. A un clan político que hereda cargos lo sustituyen dos familias que aprenden rápido la lección, después de jurar pobreza. Se promete justicia y lo que regresa es el eco de la impunidad, multiplicado, desbordando odio y división.
Lo burdo de nuestra política no son solo las cabezas visibles —los que tuitean, gritan o se insultan en el Congreso, los que exigen perdones absurdos o fingen no saber aritmética — sino el terreno fangoso que permite su resurrección constante. El crimen organizado disfrazado de autoridad, el nepotismo que ya no se oculta y hasta se festeja; los programas clientelares anunciados como redención, más funcionando como cadenas para generar más pobres, más ignorancia. Los chapulines que brincan y soban para seguir en la artisteada.
Las cifras confirman -según Transparencia Internacional- México ocupa el lugar 126 de 180 países en percepción de corrupción (2023). Y de acuerdo con el INEGI, más del 85% de los ciudadanos cree que los actos de corrupción son frecuentes en las instituciones. No son solo percepciones aisladas: vivimos en un pantano en el que cada intento de limpieza parece hundirse en más lodo.
Y en medio de esta Hidra, resuena otro grito: el de las mujeres en el poder. En la Ciudad de México, la primera presidente encarna una promesa histórica, pero carga con el ruido del monstruo: pactos con el pantano, compromisos con élites, silencios que pesan más que la palabra dada. En Dolores, la cuna del Grito, otra mujer alzó la voz contra la violencia y la impunidad, buscando marcar diferencia frente a un sistema que multiplica cabezas criminales mientras exige paciencia a un pueblo cansado de arengas y despojo.
Por eso hoy el eco femenino debería sonar distinto: sin el rugido de la Hidra, con la advertencia y el compromiso de quien cumple. Porque el país no será libre ni unido mientras se repitan las cabezas podridas de siempre, mientras el pantano siga intacto. El verdadero Heracles ya no será un caudillo ni un partido, sino una ciudadanía que se atreva a cauterizar la herida, a secar el pantano, a impedir que broten dos monstruos por cada uno que se derriba.
El ciudadano activo, reflexivo y comprometido será quien limpie el pantano. Convencida estoy: todos los mexicanos merecemos vivir con dignidad, tanto el que nace en la mayor desventura como aquel que nace, sin pedirlo, en privilegio. Sea nuestra responsabilidad ponerles un alto a estos monstruos que se sirven de un micrófono y del poder otorgado para satisfacer el ego, la ambición. Pero si no se quema la raíz, si no se sana la tierra, México seguirá condenado a vivir rodeado de serpientes inmortales. Entonces el grito, aquel de 1810 y el de hoy, seguirá siendo eco que retumba en vano sobre un país que mira a la Hidra con miedo… pero también con una peligrosa costumbre.