
//PROSPECTIVA//: Gobiernos malos, bien calificados, de malos pronósticos
J. Gerardo Mosqueda Martínez
Cuando las cifras son reales, se destruye la democracia y la explicación depende de qué tanto se ha impactado en la opinión pública con los acontecimientos… parece que nos faltan argumentos para digerir cada evento, cada nueva realidad.
Hemos contribuido a una vida política del país sin propósito: un tercio de los ciudadanos mexicanos hasta la última elección no le importó cuál fuera el resultado de los eventos electorales, más de un tercio no estuvo de acuerdo con la propuesta oficialista… pero no le alcanzó y la otra tercera parte mantuvo unida su alianza, en cierto modo subordinada a los dictados del dueño de la estrategia y del instrumento político quien además, después de 20 años intentó por diferentes medios hasta que logró tomar el poder.
Las fórmulas son variadas, los resultados tienen que definirse con indicadores que se pueden comparar, confrontar, derivar, simplemente analizar. México es una nación compleja pero no tanto como para que no se pueda reflexionar con indicadores y generar interpretaciones que contribuyan a la maduración de las ideas acerca del futuro de la nación.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt lo describen de modo muy directo: cómo mueren las democracias, es su primera reflexión, está asociada a la democracia estadounidense, es una pregunta que quizá jamás se hubieran pensado en formularse, normalmente ellos enseñaron análisis sobre las democracias en otros tiempos y en otros lugares, especialmente en Europa, o la época represiva de Latinoamérica, después de la década de los 70, como afirman, ellos han invertido algunos años de investigación sobre las nuevas formas de autoritarismo que están emergiendo en el mundo, pero en estricto sentido estudiar como mueren las democracias es una obsesión profesional, como lo definen los autores en la introducción de su libro.
El transcurso de unos pocos años, ellos han analizado la política y los políticos de los Estados Unidos y han registrado fenómenos que son precursores de crisis democráticas en otros lugares, con una señal de alerta, porque en el entorno político de los Estados Unidos no parecía un desafío de gravedad, porque la constitución de Estados Unidos, el credo nacional sobre el libertad y la igualdad, la muy robusta clase media histórica del país así como los elevados niveles de riqueza y de educación y su amplísimo y diversificado sector privado deberían ser vacunas frente a cualquier tipo de quiebra democrática, acontecida en otras partes del mundo.
Pero a pesar de todo eso, los políticos estadounidenses tratan a sus adversarios, como enemigos, intimidan a la prensa libre y amenazan con impugnar los resultados electorales. Intentan debilitar las defensas institucionales de la democracia, incluidos los tribunales, los servicios de inteligencia y las oficinas de ética en el servicio público y hasta han sido referentes y ensalzados por juristas como auténticos laboratorios de democracia, pero ahora están ante el riesgo de convertirse en laboratorios de autoritarismo, mientras quienes ostentan el poder reescribe las reglas electorales, redibujan las circunscripciones electorales e incluso derogan derechos al voto para asegurarse una victoria..
Ya en 2016 por primera vez en la historia de Estados Unidos, un hombre sin experiencia alguna en la función pública con escaso compromiso apreciable con los derechos constitucionales y con evidentes tendencias autoritarias, fue elegido presidente y el recientemente ha vuelto a ser elegido presidente.
De la impresión de qué se está ante el declive y desmoronamiento de una de las democracias más antiguas en el mundo, pero no podemos pasar por alto que en septiembre de 1973, el presidente Salvador Allende elegido tres años antes como líder de una coalición de izquierdas, se había hecho fuerte en el interior del palacio de la moneda durante su mandato, Chile se había visto sacudida por el malestar social, la crisis económica y la parálisis política, Allende había declarado que no abandonaría su puesto de presidente, hasta concluir su trabajo, pero había llegado un momento de verdad y las fuerzas armadas de Chile estaban tomando el control del país. A primera hora de aquel día Allende pronunció un discurso desafiante a través de una emisora radiofónica nacional, con la esperanza de qué sus seguidores tomarán las calles en defensa de la democracia.
Pero la resistencia no se materializó. La policía militar que protegía el palacio, lo había abandonado y la respuesta a su discurso radiofónico fue correspondida con el silencio de los chilenos. Pocas horas después el presidente chileno había muerto.
Es quizá el modo tradicional, como creemos que mueren las democracias a manos de hombres armados. Durante la guerra fría, golpes de Estado, provocaron el colapso de tres de cada cuatro democracias caídas.
En una larga lista, podríamos incluir que este modo tradicional de la muerte de la democracia chilena también pasó con las democracias de Argentina o de Brasil, de República Dominicana, o de Grecia o Guatemala o Nigeria o Tailandia, Turquía o el Uruguay, en todos estos casos la democracia fue disuelta, de modo espectacular, mediante la coacción y el poder militar.
Pero hay otras maneras de hacer quebrar una democracia, un modo menos dramático, pero igual de destructivo las democracias también pueden fracasar a manos de líderes selectos, de presidentes o primeros ministros, que subvirtieron el proceso mismo que los condujo al poder. Algunos de esos dirigentes desmantelan la democracia a toda prisa, como lo hizo Hitler en la estela de incendios del Reichstag en 1933 en Alemania.
En Venezuela, por ejemplo, Hugo Chávez, era un político marginal, que clamó contra lo que
describía como una élite gobernante, corrupta y prometió construir una democracia más auténtica que aprovechara la inmensa riqueza petrolífera del país para mejorar la vida de los pobres.
Empatando hábilmente con la ira de los venezolanos de a pie, muchos de los cuales se sentían ignorados o maltratados por los partidos políticos establecidos.
Cuando Chávez puso en marcha la revolución que había prometido lo hizo democráticamente. Y en 1999, celebró unas elecciones libres a una nueva asamblea constituyente en la que sus aliados se impusieron por una mayoría aplastante. Ello permitió a los chavistas redactar por sí solos es una nueva constitución. Pero era una constitución democrática y, para reforzar su legitimidad, se celebraron unos nuevos comicios, presidenciales y legislativos en el año 2000 y Chávez y sus aliados volvieron a imponerse. El populismo de Chávez suscitó una intensa oposición y, en abril del 2002, fue depuesto brevemente por el ejército. Pero el golpe militar fracasó y permitió que un Chávez triunfante reclamara para así, una mayor legitimidad democrática, lo que sigue a partir del 2003 son pasos firmes así la autoritarismo y aunque el apoyo público se desvanecía, el gobierno de Chávez, elaboró una lista negra con los nombres de quienes habían firmado la petición de destitución y llenó el tribunal supremo del letrados afines, pero la reelección Arrolladora de Chávez en 2006, le permitió mantener una fachada democrática, a partir de allí el régimen chavista se volvió más represivo, clausuró un muy importante canal de televisión, a jueces y figuras mediáticas bajo cargos dudosos; y el eliminó los términos del mandato presidencial, para que Chávez pudiera permanecer en el poder de manera indefinida.
Tras el deceso de Chávez, un año más tarde, su sucesor, Nicolás Maduro se impuso en otra
reelección cuestionable, y en 2014, su gobierno encarceló a uno de los más destacados líderes de la oposición, aun así la abrumadora victoria de la oposición en las elecciones legislativas de 2015. Parecía mentir las críticas de qué Venezuela había dejado de ser una democracia, hubo que esperar una nueva asamblea constituyente, monopartidista, usurpara al congreso de 2017, casi dos décadas, después de qué Chávez ascendiera por primera vez a la presidencia para que Venezuela pasará reconocerse ampliamente como una autocracia, así es como mueren las democracia hoy en día. Las investigaciones de los académicos, Lewitsky y Ziblatt son contundentes y coinciden de manera clarísima con las reflexiones del columnista chileno, Daniel Matamala, cuándo se propone reflexionar cómo destruir la democracia, después de 25 de ejercer el análisis político en chile.
La oposición no tiene que comprarse la lógica de una sociedad dividida, dice el escritor chileno, Daniel Matamala, al charlar sobre su libro cómo destruir una democracia y reflexionar en voz alta sobre los líderes que buscan el poder total y advierte sobre una pendiente resbaladiza hacia el autoritarismo, estos líderes dice el autor Matamala Que buscan el poder total, son personajes que nos surgen en el vacío, sino de un descontento real con los fallos de la democracia y advierte sobre está pendiente el autor analiza los mecanismos que erosionan las instituciones democráticas desde adentro y combina su análisis político, con narrativas vividas desde las colonias controladas por pandillas en El Salvador Hasta las protestas en Caracas, las mañaneras en México y las villas miseria en Buenos Aires?
Busca abrir debates sobre cómo defender la democracia en tiempos de crisis, y Matamala,
argumenta que estos nuevos caudillos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Andrés Manuel López Obrador, Nayib Bukele o Nicolás Maduro, fomentan una batalla moral que hace imposible el pluralismo democrático trabajan sobre la iniciativa de presentar la sociedad como una batalla entre enemigos Donde hay un pueblo virtuoso, enfrentando a una élite corrupta. Esta narrativa explica Matamala hace muy difícil el funcionamiento de la democracia, porque esta tiene su base decir que hay reglas del juego que tienen que ser iguales para todos, pero estos líderes justifican la concentración del poder y la eliminación de contrapesos, rompiendo la esencia de la competencia democrática.
Si la democracia se basa en reglas iguales para todos, pero ellos convierten al oponente en un enemigo moralmente repulsivo, esta lógica justifica la concentración del poder y la destrucción de contrapesos institucionales… así es como narra la revista proceso. Su entrevista con el escritor Matamala.
Me he referido a las obras: Cómo mueren las democracias. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Ed. Paidós.
Cómo destruir una democracia. Daniel Matamala. Ed. Planeta.
Hasta la próxima en PROSPECTIVA.
J. Gerardo Mosqueda Martínez
