México entre la palabra y la tierra

México entre la palabra y la tierra

Por Velia María Áurea Hontoria Álvarez

Cuando el lenguaje se vacía de verdad, el país se queda sin suelo. La distancia entre lo que se dice y lo que se vive abre una grieta en el campo mexicano: la que separa el discurso de la dignidad. “Lo único que te pido a cambio es que cuando hables conmigo, cuides tus palabras…” escribió Rosario Castellanos.
Porque la palabra, dicha frente al otro, es un puente: sostiene, nombra, une. A veces hiere. Pero siempre revela quiénes somos. Hoy, en México, la palabra se ha vuelto liviana. Se promete lo que no se piensa cumplir. Se minimiza lo que se prefiere no ver. Se llama “apoyo” a lo que apenas es un paliativo y “pueblo” a quien se desea obediente. Así, las palabras se ahuecan, como pozos después de un verano caliente. Pero aún quedan quienes hablan desde la verdad. Y la tierra se estremece con ellos: los campesinos.
Hombres recios, mujeres curtidas por el sol. Manos endurecidas por la espera, los ciclos y el silencio. Ellos no hablan para agradar. Dicen: no alcanza. Dicen: la tierra está cansada. Dicen: la semilla no germina sola. Sus palabras son exactas. Y pesan.
Duele, entonces, que desde la silla presidencial —donde la palabra debería ser compromiso— se responda con desdén. Que se confunda gobernar con narrar. Que se llame Patria con “A” de propaganda. Ante la crisis, se ofrecen paliativos que no tocan la raíz del problema.
Ahí está el fracaso de programas como Sembrando Vida y tantas otras tarjetitas que reparten dinero sin garantizar agua, fertilizantes o mercado para la cosecha. Por eso el campo está en paro. Los productores exigen un precio de garantía de $7,200 pesos por tonelada: lo mínimo para cubrir costos. El gobierno ofrece $6,000 en algunos estados. Después de 140 días de trabajo, eso deja $13,200 pesos por hogar. ¿Cómo se vive con eso?
Reflexione, querido lector: un peso con veinte centavos por mazorca.
Tal vez por eso no hubo gritos en la mesa. Solo cimbra la dignidad.
—“Si vendo al precio que quieren, no me queda ni para la semilla del próximo año” —dijo Don Sil. Habló sin enojo. Lo dijo como se dicen las verdades límite: esas de las que no se regresa. Y los hechos son claros: El campo aporta el 8% del PIB y recibe menos del 1% del presupuesto. Más del 50% de los campesinos vive en pobreza. (CONEVAL)
En Guanajuato, Jalisco y Chihuahua, miles de hectáreas están abandonadas: sembrar cuesta más de lo que rinde. Y ante esta dislocación de prioridades, México se cansa. No vencido. Pero cansado. Cansado de escuchar que “todo va bien” cuando la mesa está flaca. Cansado de discursos que no tocan la tierra. Cansado de que la verdad se negocie en ruedas de prensa.
Pero hay un México que sí escucha. Uno que entiende que no es solo el precio del maíz, es la dignidad de quienes alimentan al país. En su marcha, en su paro, en su silencio, estamos muchos. Aquellos que sabemos que la tierra no se siembra con promesas. Porque la tierra es libertad. Y la libertad se cosecha arando. Cuando la palabra se rompe, se rompe la nación. Hoy, toca hablar con verdad. Y por eso, con toda mi alma, me sumo al paro.

CATEGORIES
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus ( )