PARTIDOS POLÍTICOS… ¡ENVILECIDOS!
Por G. C. Samayoa Madrigal
La encomienda constitucional a los partidos políticos, considerados entidades de interés público, reviste una gran trascendencia, pues, por un lado, tienen la obligación de promover la participación del pueblo en la vida democrática, además de que, como organizaciones ciudadanas, tienen el compromiso de hacer posible su acceso al ejercicio del poder público, “de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo” (artículo 41, fracción I).
Por naturaleza, los partidos son representantes de la sociedad y gestores a favor de ésta, en defensa de sus derechos y orientándole en sus obligaciones.
Sin embargo, la trascendencia ha ido decayendo, pues los partidos cada vez se apartan más del espíritu constitucional, rayando en la omisión, desvirtuando su misión social, devaluando su valor político.
Antes, apoyados en sus filosofías, principios, ideologías, los partidos eran gestores sociales, capacitadores políticos, forjadores de liderazgos, observadores y críticos de la función pública. Aplicaban estratégicamente los conceptos aritméticos: la suma, en el trabajo territorial cotidiano para ir engrosando la fuerza militante y sembrar simpatías a sus respectivos proyectos; la multiplicación, durante los procesos electorales, para agregar a militancia y simpatías, a los indecisos, a los incrédulos, a los desconfiados; la división y la resta, al término de la elección ganada, pues del equipo de campaña, los aptos se incorporan a la función pública, los militantes convencidos se reintegran al trabajo cotidiano de promoción partidista (curando heridas) y los ineptos (deshonestos, traicioneros) quedan fuera.
Hoy la aritmética política se utiliza indiscriminadamente, antes, durante y después de los procesos electorales, dominando la división y la resta.
Los partidos políticos han sido envilecidos, devaluados… de ser importantes plataformas políticas, seleccionadoras de talentos y liderazgos, pasaron a simples agencias de colocaciones en puestos de elección popular… militancia, trabajo de campo, méritos en la gestión social, capacitación política y experiencia acumulada, perdieron valor frente al compadrazgo, el amiguismo, el contubernio y la compra de voluntades.
Evidentemente, filosofía, ideología y principios hoy son letra muerta. Se perdió el sentido de identidad y pertenencia, dando paso al saltimbanqui o “chapulinazo”… a brincar de partido en partido, hasta lograr “conquistar la atención del dirigente” para asegurar una candidatura y la oportunidad de una chamba en la función pública, cueste lo que cueste, dinero, dignidad, burla… lo que sea.
De esta manera, los partidos se han convertido en verdaderos y absurdos revoltijos de todos los partidos, de todas las tendencias, de todas las ideologías —si aún existen—, de todas las filosofías —si no las han olvidado—, de todas las equivocaciones, errores, corrupciones, ilegalidades y otras nocivas, que son las que abundan y que mantienen en el vergonzante demérito a los partidos políticos.
Hay ejemplos claros de los resultados de esta descomposición. En el pasado reciente, la imposición a los priístas de la candidatura de José Antonio Meade a la presidencia del país; en el presente, el escandaloso caso de Félix Salgado Macedonio, acusado de violador y aspirante a gobernar el estado de Guerrero, y a nivel municipal, en Celaya, el Partido Verde Ecologista hace una doble postulación con una persona, Carlos Trejo, que se registra como candidato a presidente municipal y también candidato a regidor en su propia planilla —porque la ley lo permite, dicen ellos—, que exhibe a quien ansía una chamba en la administración pública, aunque vaya de por medio el prestigio personal.
Una pequeña muestra del envilecimiento de los partidos políticos, que explica la voz popular que sugiere, pide y hasta exige que se cancele el apoyo económico del erario a estas organizaciones cada vez más alejadas del marco constitucional.
Esta equivocada dinámica deriva en el terrible alejamiento del pueblo y gobierno, binomio fortuito en el sistema democrático.
¡Eso es lo grave!