
Celaya limpia, Celaya digna
Por Velia María Áurea Hontoria Álvarez
La grandeza de una ciudad no está en sus gobiernos ni en sus monumentos, sino en la forma en que sus habitantes la mantienen viva. Cuando viajo he aprendido que incluso el pueblo más pequeño se vuelve inolvidable cuando quienes lo habitan se sienten orgullosos de su tierra. Basta una piedra ancestral donde se molía el maíz, un torreón y un par de leyendas bien contadas para atrapar al visitante. No son las campañas millonarias ni los espectaculares políticos los que dejan huella: la diferencia está en lo esencial. Calles limpias. Jardines cuidados. Balcones de geranios. Sonrisas sinceras que ofrecen productos de calidad. La hospitalidad genuina es lo que convierte un viaje en experiencia.
Y entonces, inevitablemente, pensé en mi Celaya. Una ciudad que debería desbordar orgullo pues todo tenemos: desde ese manjar que es la cajeta hasta nuestra simbólica “bola de agua”. Somos dueños de los atardeceres más lindos del Bajío. Contamos con edificios históricos de gran valor. Celaya ha sido parte fundamental de la historia libertaria; recordemos que aquí se erigió la primera columna de Independencia. Qué decir de las obras de Tresguerras, y una gastronomía que lo mismo llena un antojo callejero que engalana la mesa más refinada. Todo esto es herencia cultural que nos distingue. Pero esa herencia hoy se esconde bajo montones de basura, grafitis improvisados y jardines descuidados.
El temple de nuestra gente se refleja en su quehacer, en la industria que genera y forja, en el sabor del mercado y en la disciplina de la fábrica. Es nuestro estado el sexto exportador del país y Celaya es parte esencial de esa fuerza. Más ¿de qué sirve tanto si al salir de la planta lo que se encuentra son camellones abandonados, bolsas de plástico en las banquetas, un río de desechos que nadie limpia? Una ciudad que exporta al mundo no puede exportar basura a sus propias calles. Gobernar no es poner anuncios ni andar en limpias humosas: es garantizar orden, cuidado y limpieza. Y hoy, hay que decirlo claro, la gobernanza nos queda a deber.
Pero también hay ciudadanos que olvidan su deber. Porque la basura no se tira sola, los jardines no se secan por arte de magia, las calles no se quiebran de la nada. La ciudad será tan digna como sus habitantes decidan que sea. Guardar un papel para el cesto en lugar de tirarlo en la calle no es poca cosa, es corregir la pereza que nos roba orgullo. Una ciudad limpia atrae turistas, enamora inversionistas y retiene al talento joven. Una ciudad sucia, en cambio, repele todo eso.
