
Cuando los pájaros los sigan, la magia sonreirá
Por Velia María Hontoria Álvarez
En Japón, los niños caminan solos. Suben al tren, cruzan calles, entran en tiendas o van a la escuela con su mochila a cuestas sin un adulto al lado. La edad no importa: se mueven con autonomía, seguridad, libertad. El miedo no existe, una dulce fragancia mágica va a su lado acompañada de los ojos de toda una sociedad que los acompañan. Ahí, nadie los roba, no son presa fácil; no son perseguidos Pues el peligro no acecha cada esquina, ni la violencia es el pan de cada día.
Observarlos, con estos mis ojos cansinos, me ha conmovido profundamente. Las preguntas me inundan ¿Cuándo dejamos de confiar? ¿En qué momento permitimos encerrarlos tras candados, alarmas y miedos? En México, la infancia ya no juega en la banqueta, menos va sola a la tienda. La sobreprotección no nace del cuidado, sino del terror. Y ese encierro no es abrigo: es celda.
Aquí, en oriente, la confianza se cultiva. No es ingenua: es estructural. Me lo decía en el ascensor Luis Ortiz, empresario regio y creador de Cream.Guitars: “No es que los niños viajen solos. Es que viajan acompañados de miles de ojos. Con manos que, si hace falta, los auxilian. Con una sociedad que los siente suyos, aunque no lleven su apellido.”
Y entonces me pregunto: ¿cómo recuperar esa fe social? ¿Cómo lograr que nuestras calles vuelvan a ser territorio amable para la infancia? ¿Cómo hacer que un claxon no suene a balazo, ni una mochila infantil sea objetivo?
Mientras en Japón la comunidad es primero y la individualidad aprende a esperar, en México hemos institucionalizado el “sálvesequienpueda”. Y cuando esa lógica se impone, lo común se marchita: la calle, el parque, la escuela… incluso la democracia.
Las cifras estremecen. A enero del 2024 REDIM documenta 752 menores de edad asesinados en México. El 75% de los casos vinculado con el crimen organizado. Cada día desaparecen 14 niñas y niños. Hasta septiembre de 2024, más de 17,000 menores seguían sin ser localizados. ¿Cómo se habita una pérdida que no puede nombrarse? ¿Cómo se sobrevive a una ausencia sin cierre?
A este paisaje sombrío se suma otra amenaza: la presencia cada vez más normalizada de armas en los hogares. Padres desesperados que buscan cuidar pero, en su ignorancia guardan pistolas en cajones sin seguro. Armas que no protegen, víboras en las almohadas que solo multiplican el riesgo. Porque una sociedad armada no es más fuerte: es más frágil, más explosiva, más temerosa. Y ese miedo lo pagamos los más vulnerables, y en certeza los pequeños.
¿Qué mensaje puedo ofrecer este domingo? Tal vez uno sencillo, pero urgente: reconstruyamos el pacto social. No con discursos huecos ni leyes de ornato, sino con gestos que digan: te cuido, aunque no seas mío; te respeto, aunque no te conozca; te veo, aunque no me hables. Pongamos freno a la compra indiscriminada de armas, cerremos las puertas al tráfico de armamento desde USA, y exijamos al gobierno que deje de mirar hacia otro lado.
No basta con registrar pistolas. Hay que legislar con rigor: capacitación obligatoria, exámenes psicológicos, vigilancia estricta. Un arma no puede estar más al alcance que una oportunidad. La seguridad, no puede seguir siendo excusa para la negligencia institucional ni para la paranoia privada.
Solo así, algún día, nuestros niños podrán volver a caminar solos. Libres, valientes. Pero nunca, nunca desamparados.
Y ese día, sin duda, será verdaderamente un bonito y mágico domingo. O ¿usted, qué opina?.