De verdad, NO te tocaba

De verdad, NO te tocaba

Por Velia María Hontoria Álvarez

Hay muertes que podrían haberse evitado. No por un milagro. No por suerte. Por reglamento.
Hay discapacidades que no debieron marcar tu cuerpo… ni el de otros.
Una cifra en aumento —silenciosa pero lacerante— crece día con día en el país: los accidentes en motocicleta. Cada caso es una historia truncada. Cada cruz blanca en el asfalto, un recordatorio de autoridades que evaden su deber.
La motocicleta, sin duda, representa para muchos una alternativa accesible. Desde modelos de 10 mil pesos hasta las joyas mecánicas de más de 400 mil. Pero mientras su uso crece, la normatividad duerme. La negligencia no es casual: hay omisiones que matan.
El Estado y las ciudades —muy en especial la mía—, en lugar de legislar con claridad, fiscalizar con firmeza y educar con responsabilidad, han optado por una peligrosa pasividad.
Tal vez creen —con esa arrogancia revestida de populismo— que “dejar hacer” es lo que la gente quiere.
Pero no, no es libertad lo que se celebra cuando la impunidad se pasea por el Boulevard.
Los vemos cada día: sin casco, sin luces, sin matrícula, atravesando avenidas como si fueran pistas de videojuego, zigzagueando entre automóviles con la misma ligereza con la que se cruzan los destinos. Peor aún, con dos, tres, incluso cinco empalmados. El conductor conduce sin saber que su destino se llama tragedia.
¿Y la autoridad? Mirando para otro lado. Tal vez esperando que la estadística justifique la inacción y las urnas pachonas los dejen otros añitos gozando del erario.
No, señores del gobierno. No es el motociclista el único irresponsable. Ni el automovilista el abusivo “que se les mete”.
También es culpable quien, sabiendo lo que ocurre… no actúa. El que permite que el caos se normalice, que el desorden se institucionalice y que la vida —de todos— se ponga en riesgo.
¿Dónde están los reglamentos? ¿Dónde las campañas serias de educación vial? ¿Dónde la inspección estricta y sostenida? ¿Dónde la voluntad?
A ciertas horas de la noche, nuestra ciudad se transforma en una pista de carreras, mientras las autoridades, encerradas en sus mundos, perviven.
México no necesita más “operativos relámpago” para tomarse la foto ni hacerse los “buenaonda”. Necesita reglas claras, cumplimiento parejo, y un mensaje contundente: en este país la vida sí importa.
Porque aunque la canción diga que “la vida no vale nada”, si algo nos pasa —o a los que amamos— no hay precio que se ajuste. ¿O sí?
Cuando muere alguien en un accidente que pudo prevenirse, no es mala suerte…
Es un fracaso de Estado. Es la negación de un servidor por cumplir con su función.
Tal vez piensen que no vale la pena confrontar al motociclista porque no vota, no protesta, no pesa…¿O será que creen que muerto estorba menos?
Pero… que no se les olvide que el dolor sí pesa. Que las familias sí votan. Y que la memoria cobra factura. A los conductores mi súplica: no es rebeldía ir sin casco. No es valentía cargar a tus hijos sin protección, no se vale manejar sin fijarte. No es ingenio circular de noche sin luces.
Es una ruleta rusa que tarde o temprano se cobra la última jugada.Y cuando eso pase…
Cuando veas ese cuerpo en la carpeta gris del pavimento.
Cuando escuches el grito desgarrado de una madre.
Cuando el motor se apague para siempre…
Tal vez entonces entiendas que, de veritas, no te tocaba.

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