En la Búsqueda de la Autenticidad

En la Búsqueda de la Autenticidad

Por Velia María Hontoria Álvarez

“Fake», es una palabra en auge, que proviene del inglés y significa falso, fraude, engaño. Reconozco que al principio, me resistí a usarla, prefiriendo términos de mi lengua que reflejan la riqueza de nuestra cultura y en su vastedad no requiero de préstamos. Sin embargo, este término me confronta. Habla de lo que a veces callamos y tantas veces presumimos: emociones falsificadas, títulos y apariencias que no nos pertenecen. “Fake” me cuestiona ¿Qué buscamos al imitar a otros? ¿Qué tan lejos llegamos para sostener una mentira? ¿Qué ganamos al cobijar a ese, “fake”? Y más aún, ¿hasta cuándo un engaño puede sostenerse sin que se desmorone? ¿Hasta qué punto seguimos estirando la realidad para sostener una farsa?
Las redes sociales están plagadas de vidas perfectas, de «sueños reciclados». Vemos imágenes cuidadosamente editadas que ocultan la imperfección humana. ¿Es el afán de encajar lo que nos lleva a este engaño colectivo? ¿O es el dinero, el motor de esta máquina de ilusiones? Más allá de las pantallas, ¿qué nos queda cuando las máscaras caen? ¡vayaustéasaber¡
A menudo, vivimos versiones de nosotros mismos diseñadas para agradar a otros, escondiendo nuestra esencia bajo capas de apariencias; nos engolfamos en “fakeamistades” y prostituidos ante la cámara sonreímos apostándole a un bien que estamos lejos de hacer y sentir y que sólo busca la conveniencia. Observamos como se aplauden ideas huecas, como aquella ocurrencia -de hace unos días- del señor Donald Trump sobre cambiar el nombre del Golfo de México, que debió promover largas carcajadas, ante tan singular y desfigurada ocurrencia, entonces, de nuevo me cuestioné ¿Qué tan profundamente huecas deben ser algunas mentes para aplaudir símbolos vacíos? ¡Nolosé¡
Pero, ¿Qué hay de nosotros? Nos resulta fácil señalar las incongruencias de otros, mientras dejamos pasar las nuestras. Nos quejamos del «fake» en la política, en los medios de comunicación, en redes sociales, en discursos, pero muchas veces somos los primeros en sumarnos a las apariencias y a los disfraces de una vida que no refleja nuestra esencia, nuestros valores más íntimos e inalienables… Lo cierto es que, tarde o temprano, lo «fake» se desmorona. Los adornos, las fachadas, terminan cayendo. Y cuando eso sucede, lo único que queda es la verdad. Quizá por eso creo que las mejores inversiones no están en lo efímero ni en las últimas tendencias de moda, tampoco en sombreritos o en los gadgets de última generación, menos en participaciones “seudolícitas”; las mejores inversiones, nos dicen los que saben, están en lo que realmente nos transforma: la educación, el autoconocimiento, la conexión auténtica con los demás, en el servicio honesto que nace desde el corazón; esos si son bienes que realmente nos nutren y anclan en la autenticidad.
Este año comienza con desafíos, que invitan a grandes posibilidades. Entonces, al reconocerlos decidamos que la clave no esté en seguir el corriente “fake», sino en regresar a lo esencial, ese bien del Principito “lo esencial es invisible para los ojos” para desde ahí palparnos con honestidad, soltar las farsas, alejarnos de los fraudes y caminar hacia nuestra verdad. Porque, al final, no hay mejor versión que la auténtica. Esa verdad, que aunque pareciera incómoda, es lo único que puede liberarnos de las máscaras que nos limitan.
¿Y usted? ¿Qué opina?

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