La dicha de tener una casa

La dicha de tener una casa

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Domingo de la ascensión

“Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo” (Lc. 24, 46-53). Con su ascensión al cielo, Jesús nos fija la meta última y definitiva. Como dice la carta a los hebreos: “hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque Él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo” (Heb. 9, 24- 28; 10, 19- 23).
Efectivamente, se vuelve esencial para la vida tener nuestra esperanza máxima en ese momento glorioso en que podamos participar de la casa del Padre, en el cielo, donde Cristo nos aguarda un lugar. Sin embargo, no perdamos de vista que toda meta implica un camino. Por lo que pensar en el cielo significa aplicarnos para hacer un camino.
Tantas veces ponemos en nuestra mente el cielo como un lugar y nos imaginamos todos los encantos que puede tener dicho lugar para ser sumamente felices. Como cuando se construye una casa e imaginamos todo lo que queremos ponerle a esa casa para vivir bien. Mas, siempre corremos un riesgo, imaginar las cosas que encierra dicha casa y no advertir que lo más bello es el tipo de convivencia o de vida que compartiremos los que estemos en esa casa.
Desear el cielo, como nuestra casa definitiva, exige aplicarnos aquí para adquirir una sana experiencia en la buena convivencia con los que un día compartirán con nosotros ese lugar glorioso. Cómo aspirar ir al cielo cuando desde aquí el odio, el egoísmo, las envidias, las ansias de control sobre los demás y otros sentimientos me complican tanto la vida y me hacen complicársela a los demás.
Unirnos al proyecto del Padre, de que todos lleguemos a su casa, encierra una necesidad: aprender de Cristo a redescubrir el significado de la casa. No podemos llegar al cielo, nuestra casa, sin valorar lo que significa tener una casa. Por eso, la redención significa re-dignificar el significado de la casa. Necesitamos sentirnos en casa. El que no aprecia la de aquí tampoco podrá apreciar la de allá.
¡Y vaya que si hoy la humanidad tiene problemas para entender lo que significa tener una casa! Lo cual, a la vez, nos ha provocado enormes problemas sociales, culturales, religiosos y, por tanto, existenciales.
Qué difícil entender y amar al mundo como nuestra casa común. “… no podemos dejar de considerar que los efectos de la degradación ambiental son resultado del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte” (Francisco Laudato si, 43). Es decir, el deterioro ambiental es un reflejo de la crisis antropológica. En consecuencia, no podemos resolver el problema ambiental sin resolver el problema del significado del hombre. El ser humano, en su crisis antropológica, lastimó también el significado del mundo, que es su casa.
¡Qué difícil es hoy entender el significado y los alcances de la casa, del hogar familiar, donde aprendemos a creer y a amar a Dios, que nos da una profunda pertenencia, identidad, cobijo, que nos forma y, a la vez, nos lanza todos los días hacia los grandes retos de la vida! Sin ese significado, cada vez más se multiplicarán los hogares huérfanos, la imagen de la casa como lugar para dormir y, a veces, para comer y tantas otras deformaciones.
Hoy cuesta trabajo entender la Iglesia como nuestra familia, el templo como nuestra casa, signo de la casa del cielo. Se vuelve más cómoda una fe individualista, que se acomode a los propios gustos y mentalidad, antes que abrirnos a una disponibilidad, donde también allí podamos dar un mensaje de querer hacer comunidad, signo de la comunidad definitiva, que es el cielo.
¡Señor, cómo podríamos llegar a tu casa sin valorar también la que construiste para nosotros en esta morada terrenal!
¡Queremos llegar a tu casa, pero que al irnos no dejemos destruida la que aquí construiste para nosotros!

Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus ( )