La vasija vacía

La vasija vacía

Por Velia María Hontoria Álvarez

Las tradiciones no son estampitas viejas ni cuentos para el anecdotario. Son hilos vivos que nos cosen al pasado y nos sostienen en el presente. Le dan peso a nuestras decisiones, forma a lo que somos. Y sí: también sentido de pertenencia, de respeto, de brújula.
Quien las niega, se arranca las raíces. Flota. Se pierde. Y lo que no se arraiga, se olvida.
Pero hay algo más: las tradiciones nos enseñan también a respetar las investiduras. No por quienes las ostentan, sino por lo que representan. La banda presidencial, el altar de muertos, el uniforme de gala o el anillo de la abuela: todos son símbolos que nos recuerdan que hay cosas más grandes que uno mismo. Como decía Octavio Paz: “Las formas son lo que da forma a lo informe. Y cuando se pierden, todo se deshace.”
Recuerdo una sobremesa luminosa. Le pregunté a una mujer que admiro:
—¿Te gustaría ser presidente?
Ella pensó largo, y dijo:
—Claro que sí. Amo a mi país. Sería un honor servirlo… pero no basta con querer. Se necesita formación, visión, equilibrio. Porque, Velia, el querer sin merecer puede destruir más de lo que construye.
Hoy abundan los que gritan “¡metoca!” pero pocos se preguntan si están listos. Porque el poder, cuando se alcanza sin preparación, sin vocación y sin respeto por las formas… no revela carácter. Revela vacío.
José Mujica lo dijo con esa sabiduría de barro y combate: “El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes realmente son.”
Y yo agrego: cuando se separa el símbolo de la responsabilidad, la investidura se vuelve un cascarón. Una vasija vacía.
Y lo vacío, como lo sagrado, puede pasar desapercibido… hasta que se rompe.
Hoy observamos esas vasijas resquebrajarse. La palabra república se repite como mantra mientras se le arranca su alma. El Instituto Nacional Electoral sufre recortes; el Poder Judicial pierde su autonomía; el ejército hoy construye, vigila y administra sin contrapeso civil, mientras el estado de derecho se diluye en cada omisión. ¿No es eso una señal? Cientos de personas ostentan trabajos gubernamentales para los que no están preparados.
Una ola gélida, con discurso simplista, confunde cercanía con desdén, sencillez con ignorancia, y cambio con destrucción. Y no. Se puede modernizar sin profanar. Cambiar sin demoler.
Lo dijo Simone Weil con su delicadeza firme: “No se ama a la patria por grande o rica, sino porque es depositaria de las almas de los muertos y las esperanzas de los vivos.”
Amar la tradición no es ser retrógrada. Es entender que hay cosas que no se improvisan, que no son cuento. Respetar la investidura es asumir que hay lugares que no se ocupan por impulso, sino por merecimiento, desde el honor.
Las últimas encuestas de Mitofsky muestran que el 86.4% de los mexicanos no conoce el proceso para elegir miembros del poder judicial y un 76.6% está poco o nada informado sobre el proceso. Esto marca una alerta: cuando la fe pasa de las instituciones a la figura, no peligra un gobierno… se tambalea la democracia.
Pero mientras lleguen las becas, las tarjetas y los apoyos, de verdad, ¿no importa lo que hagan? ¿No importa lo que rompen?
En los noventas, hartos del PRI, con Molotov gritabamos: “Si le das más poder al poder…”
Irónicamente, muchos de quienes alzaban el puño contra los excesos del sistema, hoy lo aplauden, lo silencian… o callan.
Y lo más grave: sin notarlo. Sin preguntar. Sin exigir.
Hoy, más que nunca, no basta con querer.
Hay que saber, servir, respetar, merecer.
Y tú —sí, tú— estás llamado a defender que así sea…

CATEGORIES
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus (0 )