//MENSAJE DE AÑO NUEVO:// Dios siempre está
Carlos Sandoval Rangel
El pesebre nos recuerda algo esencial: Dios está. Él no es un Dios ambiguo, lejano o abstracto, sino cercano, concreto y personal. Con esta garantía nos ponemos de frente a un nuevo año que comienza. Dios siempre está, pero ahora asumamos el más grande reto: saber descubrir su presencia en las tan diversas maneras de hacerse presente. Está en los sacramentos, la oración, en la dicha de la familia, de los amigos, en la bendición del trabajo, el estudio, en la diversión e, incluso, está, de modo muy sagrado, sosteniendo al que está enfermo. Todas las maneras de estar son válidas y necesarias.
Lo peor de la vida no son las pruebas difíciles que, a veces, tengamos que enfrentar, sino el hacerlo sin entender que Dios no nos deja solos. Dios está, por eso Él pide que su pueblo sea bendecido así: “El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz” (Nm. 6, 22-27). Le gusta que se le invoque de este modo, por eso Él mismo dice: “Así invocarán mi nombre… y yo los bendeciré”.
Descubramos la presencia de Dios y, por tanto, no se nos acurra hacer el camino solos. En la vida no juguemos a los capaces y autosuficientes. En realidad, somos demasiado limitados, nuestras capacidades, en sí mismas, no nos dan para mucho. Estamos aquí porque Dios permite que muchas voluntades y realidades se entretejan. ¡Qué somos sin los campesinos que trabajan la tierra y sin los pastores que cuidan el ganado! por esas personas tenemos pan en nuestra mesa. ¡Qué somos sin todas las personas que con humildes servicios hacen que nuestros pueblos funcionen: los que nos hacen llegar la luz eléctrica, el agua, los que barren las calles, los que nos sirven la gasolina, los que atienen el puesto de la fruta, la enfermera, el médico, el albañil y tantísimas personas más!
El pesebre, en el cierre de un año y en el inicio del otro, nos pone también de frente a María Santísima, frente a la Madre que nos enseña la naturalidad con que se debe tratar a Jesús, su Hijo. Como buena Madre, no dudemos que ella sigue siendo el refugio de los pecadores, por eso acudamos a su intercesión cada vez que la debilidad nos haga caer en el pecado. Ella es la Madre del amor, por eso, no dudemos buscar en ella la fortaleza del amor que lo puede todo. Ella es la mujer de la esperanza, por eso, cuando las fatigas y confusiones nos generen incertidumbre, no dudemos tomarnos de su mano, ya que ella siempre nos mostrará el camino; por algo la Iglesia, al inicio de cada año nos invita a recordar a María como nuestra Madre.
Igual que los pastores, también nosotros vayamos a toda prisa al pesebre y hagamos de Jesús, de María y de José nuestros mejores aliados (Lc. 2, 16ss). Desde ese pobre pesebre han surgido la luz y el amor que lo transforma todo. Con esa misma luz y ese amor, reafirmemos nuestra cercanía amorosa a las personas que nos rodean. Vivamos la hermosa pertenencia en el amor, pues para eso nos ha capacitado Dios.
No dudemos en decir que el año que termina ha sido bueno, pues sin duda en las alegrías habremos alabado a Dios, en los momentos de oscuridad habremos fortalecido nuestra fe y en las pruebas y en el pecado, sin duda Él nos habrá tomado de su mano.
Por último, ayudemos un poco a Dios, para que sus gestos de amor lleguen a los más marginados. Seamos embajadores de la ternura divina. Tengamos por seguro que nuestras situaciones más apremiantes no son las más dolorosas del mundo. Hay quienes necesitan de nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestros bienes, nuestra cercanía y nuestra oración.
¡Señor, Tú márcanos el camino!