
//MENSAJE DOMINICAL:// Dios es para el presente y para el futuro
*XIX domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Dice la carta a los hebreos: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven” (Heb. 11, 1-2). Mientras para muchos el tema de la fe y, por tanto, de Dios es solo ver a futuro, hacia un destino final, ésta implica, también, una dinámica cotidiana, una realidad ya presente. Es aprender a vivir y disfrutar ya de las dichas de Dios.
La carta a los hebreos está escrita a los cristianos de origen judío que se encuentran desanimados por las persecuciones. De ahí que, esta carta les invita a ver la presencia de Dios en la historia y, ahora, con la contundencia y claridad como se muestra en Cristo. Les señala el ejemplo de Abraham, que puso a Dios por encima de todo bien y supo vivir de las promesas divinas.
Los descendientes de Abraham, “reconocieron que eran extraños y peregrinos en la tierra”. “Quienes hablan así, dan a entender claramente que van en busca de una patria; pues si hubieran añorado la patria de donde habían salido, habrían estado a tiempo de volver a ella todavía”. Para el pueblo judío era importante esta referencia de su condición de peregrinos, pues, en ese peregrinar se constató, precisamente, que Dios siempre está con los que en Él confían.
La historia siempre será un testimonio vivo de que la fe es garantía de la presencia divina. Mientras que, ante las circunstancias de la historia, muchas veces, parece que se cierran las puertas, Dios al final siempre nos dará razones para seguir adelante.
Por eso, el Concilio Vaticano II nos invita a descubrir en los signos de los tiempos la presencia y la voz de Dios (G S). Cómo Dios, aún en las guerras, la violencia, la injuria, el descarte, el hambre y todo lo que el hombre sufre, no deja de salir a su encuentro.
La historia, aun con todas sus vicisitudes, también, es lugar de la presencia de Dios. Él está en la Iglesia, en el mundo, en lo que el hombre hace y en lo que le inquieta; está en la familia y en cada persona. Por eso, el hijo de Dios se encarnó y quiso, precisamente, que su encarnación se convirtiera no en un hecho que sucedió, sino en una realidad dinámica. Diario quiere encarnarse en cada persona, en cada cultura, en cada pueblo y en todos los acontecimientos. Encarnado quiere influir desde dentro, renovar desde dentro.
De hecho, es ilógico que le pidamos que cambie las realidades difíciles que vivimos sin que también le ayudemos a encarnarse, para ser fermento nuevo. El Papa Juan XXIII, al convocar al Concilio Vaticano II, desde los mismos signos complicados del tiempo, vislumbraba esperanzas de momentos mejores, frente a los que sólo auguraban desgracias. Pero, para eso, había que abrirle las puestas a Dios.
Las complicaciones del mundo son, de hecho, debidas a poner nuestra confianza en lo que no es Dios. Por eso, la advertencia de Jesús: “donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” (Lc. 12, 32ss). Y si nuestro corazón está en primer lugar en lo que no es Dios, entonces provocamos una inversión de valores que nos dará dividendos equivocados, como lo estamos viviendo.
San Agustín decía que, si amas algo superior a ti, crecerás, si amas algo inferior a ti, entonces, vienes a menos. De verdad, no hay peor desgracia que tener fijo el corazón en lo que no es Dios, pues, sin Él, el ser humano se convierte en un solitario vagabundo, vacío de amor y de sentido, expuesto siempre a sucumbir en la menor circunstancia. De ahí que el mismo Jesús nos invite a que, con los bienes materiales, que son tan efímeros, acumulemos en el cielo un tesoro que no se acaba. Que no nos enganchen equivocadamente en la tierra, que nos sirvan para escalar a lo más alto.
Como sello del ejemplo de Abraham, la carta nos recuerda que él no dudó en sacrificar a su hijo, como Dios se lo pedía. Igual, Cristo no dudó en entregar, Él mismo, su propia vida. Por eso, es el contenido definitivo de nuestra fe. Uno y otro aceptaron el reto del sacrificio de la vida, porque su fe estaba sólida en el Dios de la vida.
¡Señor, cuando los obstáculos oscurezcan mi mente y mi corazón e incluso me hagan caer en los abismos, tú hazte presente!