//MENSAJE DOMINICAL:// Dios se manifiesta en lo frágil

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*XIV domingo del tiempo ordinario

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Las tres lecturas de este domingo nos ponen en claro la capacidad de Dios para manifestarse desde la fragilidad humana. El Señor le dice al profeta Ezequiel: “Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra mí” (2,2). El profeta no está exento de la fragilidad humana, por eso se le llama hijo de hombre y, además, va a un pueblo rebelde, que se rebeló, incluso, contra Dios. Pero ahora va con el poder de Dios.
En el caso de San Pablo nos dice: “Llevo una espina clavada en mi carne, un enviado de Satanás, que me abofetea para humillarme” (2 Cor. 12, 7). Algunos, como San Agustín, creen que era una enfermedad física, dolorosa; otros, como San Juan Crisóstomo, opinan que se refería a las tribulaciones que le causaban las continuas persecuciones; y, otros más, como San Gregorio, consideran que se refería a alguna tentación especialmente difícil de rechazar. Pero, lo más valioso es el provecho que el apóstol saca de aquella situación: “tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto, pero él me ha respondido: te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad” (2 Cor. 12, 8).
Jesús, por su parte, llega a su tierra y es juzgado precisamente por sus circunstancias humanas: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le vienen esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es este el hijo del carpintero…? Y no pudo hacer allí ningún milagro” (Mc. 6, 3ss).
Ante estas perspectivas, como las de Ezequiel, Pablo y Jesús, que expresan las limitantes humanas, San Alfonso María Ligorio enseñaba que “nos hemos de gloriar en el conocimiento de nuestras flaquezas para adquirir la virtud de Jesucristo, que es la santa humildad” (Selva de materias predicables, II, 6). Son muchas las flaquezas que nos aquejan, las circunstancias adversas e incómodas, las penas, etc. y cómo le encantaría al demonio vernos derrumbados ante ellas. Le gustaría que sacáramos la conclusión de que no vale la pena confiar en Dios, para hacernos caer en situaciones más graves que nos conduzcan al sinsentido de la vida.
Pero, para el creyente, las mismas miserias, las penas dolorosas, son ocasión para aprender a confiar y a vivir más en Dios. Nos reafirman lo mucho que dependemos de Él. Por eso, la respuesta que el Señor le da a Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”. Ante lo cual, san Pablo saca su conclusión: “porque cuando soy más débil, soy más fuerte”.
El juicio humano desde la debilidad hunde a cualquiera. El juicio desde lo que Dios puede aportar a cada uno, nos ayuda a ver siempre hacia adelante. En cambio, la debilidad sin Dios nos cierra el entendimiento y nos lleva a juzgar y confiar de más en nuestro propio modo de ver la vida.
Cómo contrastan la fe de los paisanos de Jesús, con la fe de la hemorroísa y la fe de Jairo, que nos dieron ejemplo del domingo pasado. En definitiva, la falta de fe impide entender los caminos y los horizontes divinos, y, en consecuencia, el ser humano termina no entendiéndose a sí mismo. Por eso, San Pablo agradece ese aguijón que le hace voltear a Dios, en vez de cerrarse a Él.
Al creyente, explica Santo Tomás de Aquino, a veces Dios le permite males físicos y morales, para luego canalizarlo hacia bienes mayores y necesarios. Cuántas veces hemos sacado fuerzas de la flaqueza. La dificultad nos hace esforzarnos y descubrir que tenemos talentos que Dios nos ha dado, pero que estaban escondidos, y que si no fuera por las pruebas, ahí se hubieran quedado para siempre.
¡Señor, que mi debilidad me haga buscarte más y disfrutar más de tu amor!

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