//MENSAJE DOMINICAL:// Domingo mundial de las misiones

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Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Al celebrar el Domingo Mundial de las Misiones, el papa Francisco nos dice: “vayan e inviten a todos al banquete”. Se trata del banquete que es vivo y real en la Eucaristía. La Iglesia vive de esa fuente de vida y de amor, pero no es algo que deba guardar para sí misma, pues los frutos que de ahí se derivan son un bien para toda la humanidad. Por eso, la exhortación del Papa: “vayan e inviten a todos”.
San Pablo consciente de las bondades que Cristo nos ha traído, nos recuerda el deseo supremo de Dios: “…Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.” (1 Tim. 2, 1-8). El domingo mundial de las misiones es ocasión para recordar que todos los bautizados tenemos mucho que aportar para que este deseo divino se cumpla en más y más personas.
Todos podemos ayudar para que la alegría del Evangelio llegue a aquellos que no conocen a Jesús. Por eso, hacemos oración por los misioneros, que en nombre de Dios y de la Iglesia, van a tierras lejanas; les ofrecemos también nuestro apoyo económico y seguimos pidiendo para que haya más vocaciones a la vida misionera.
Pero, igual, en este domingo de las misiones, recordemos que todos necesitamos trabajar más para que muchos puedan reencontrarse con Jesús. Dice el Papa Benedicto, son tantos los que un día fueron bautizados, pero ahora viven como si Dios no existiera (cfr. Homilia, 7 de octubre del 2012). No son pocos los cristianos que se han dejado seducir por los banquetes que el mundo ofrece, olvidando, así, el objetivo de la salvación y, por tanto, han dejado de iluminar su vida por la verdad que emana del evangelio.
Quienes, entre la alegría de creer y nuestras caídas, hemos tenido la dicha de experimentar una y otra vez la misericordia de Dios, tenemos la tarea de compartir esa dicha de la misericordia divina con quienes se han alejado de la savia del evangelio, para vivir, prioritariamente, de cosas que son buenas, pero, a la vez, son insuficientes para darle plenitud a la vida.
No guardemos esa experiencia de la misericordia, sino que hagamos de ello un argumento vivo para invitar a otros a acercarse y volver a confiar en Dios. En ocasiones, las propuestas de Jesús no son tan atrayentes, como hoy que nos dice: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor” (Mc. 10, 44-45). Pero el mundo nos provoca más bien a imponer nuestra ley, a buscar los privilegios de distinción, aunque ese no es el camino que humaniza.
Ser misioneros es compartir las maravillas de Dios en nuestra vida. Dice el Papa Francisco: «Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído”. Somos misioneros cuando, con nuestro modo de vida, convencemos al otro de que vale la pena confiar en Dios. A eso van nuestros hermanos misioneros a tierras lejanas y eso mismo nos invita la Iglesia a hacer aquí con nuestros hermanos que, por diversos motivos, han perdido la alegría de creer.
No se trata de compartir una ideología más, ni una ética sublime, sino de dar testimonio de lo que nos suma la dicha de la presencia de Dios. Donde aparece Dios, se renueva todo: se hace nuevo el corazón, se renuevan los motivos para vivir y el mismo entorno material se ve de otro modo.
El ser humano busca soluciones, respuestas, felicidad, cosas nuevas… pero el corazón de muchos parece no encontrar plena satisfacción en nada. El problema es que, en el fondo, todo eso es sólo buscarse a sí mismo, por eso la propuesta de Cristo: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor” (Mc. 10, 44-45).
Dios nos ha ganado con su amor, no callemos esa dicha, compartámosla, así somos misioneros.

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