//MENSAJE DOMINICAL:// El descanso es sagrado
*IX domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlo Sandoval Rangel
“Santifica el día sábado, como el Señor tu Dios, te lo manda. No harás trabajo alguno ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el extranjero que hospedes en tu casa; tu esclavo y tu esclava descansarán igual que tú” (Dt. 5, 12-15).
Los pueblos antiguos tenían días festivos dedicados a las divinidades, al descanso y al esparcimiento. La tradición bíblica recoge esta costumbre, pero le da un fondo más profundo. Hace alusión, primero, al descanso de Dios, quien, después de la creación, el séptimo día descansó. Pero además le da un rostro muy humanista pues el descanso es sagrado para la familia, los criados y los animales, recordando la esclavitud de Egipto: “Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allá el Señor, tu Dios, con mano fuerte y brazo poderoso. Por eso, te manda el Señor, tu Dios, guardar el sábado” (Dt. 5,15).
Hay frases populares tales como “trabajo como burro” o “trabajo como esclavo”, haciendo referencia a que nunca se descansa. En esta actitud se contradice el plan de Dios, ya que también ahí aplica su mandato, pues el asno, el buey y el esclavo tienen derecho al descanso. Dios, que con gran sabiduría nos ha formado, estructuró de tal modo al ser humano y a los demás seres vivos, que requerimos el descanso para reparar no sólo nuestros tejidos óseo, nervioso y muscular, sino también nuestra dimensión emocional y espiritual. De igual modo, necesitamos reparar el tejido social empezando por la familiar, de ahí que el descanso sagrado es la oportunidad de estar con ella. Además, el descanso facilita lo que los antiguos llamaban el “Ocio”, como actividad que no reditúa ganancia económica, mas hace crecer en el arte, la literatura y en otras acciones que enriquecen el ser.
Pero resulta que ese significado original del descanso, donde el hombre se reencontraba consigo mismo, con la familia y con Dios, se ha ido contaminando. Por una parte, hay quienes, aprovechándose de la necesidad del otro, le humillan y explotan indebidamente. A eso, desde luego, le sumamos políticas económicas y laborales que no protegen la dinámica familiar, colaborando así a desajustes familiares o sociales fuertes. ¡Qué triste que a la familia se le deje lo que sobra de las exigencias materiales de un proyecto económico!
Pero igualmente, una contaminación del sentido del descanso es el fanatismo religioso, como lo tuvo que enfrentar Jesús. Lo critican porque sus discípulos cortan espigas y comen el trigo en sábado. En nombre de Dios se descuida el bien en favor del hermano, como si Dios no estuviera a nuestro favor. Por eso, el maestro, antes de curar al que tenía la mano tullida pregunta “¿qué está permitido hacer el sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o dejarlo morir?” (Mc. 2, 23ss).
Los cristianos celebramos no el sábado, sino el domingo, día de la resurrección de Cristo. Pero el sentido del descanso es el mismo. Nos dice el catecismo de la Iglesia: “La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficientes que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa” (n. 2184).
Pero el descanso implica, desde luego, también la ocupación laboral. El precepto judío del descanso del sábado encerraba la obligación de trabajar durante los seis días que le preceden. Si una persona no tiene trabajo, debe buscarlo: si tiene una propiedad abandonada, que la repare; si tiene un campo mal cuidado, que lo cultive bien. La enseñanza tradicional judía ha enseñado que, durante los seis días de la semana, los israelitas son colaboradores de Dios en la creación, precisamente trabajando para cuidar y hacer fructificar lo que Dios ha creado. Por eso, el séptimo día descansarán junto con el Todopoderoso (Cfr. Mekhilta, comentario oficioso judío al libro del Éxodo). “En la palabra de la Divina Revelación está inscrita muy profundamente esa verdad fundamental, que el hombre creado a imagen de Dios, mediante su trabajo, participa en la obra del Creador” (Laborem Exercens, 25).