//MENSAJE DOMINICAL:// El pan del cielo
*XX domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“Yo soy el Pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6, 51). Este banquete celestial no es para todos, pues así dice el Señor: “si alguno es sencillo, que venga acá… vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado” (prov. 9, 1-6). Por tanto, los soberbios, los prepotentes, los que se creen autosuficientes y dueños del mundo no caben en este banquete de vida.
Por eso, es oportuno que le pidamos a Jesús una gracia muy especial: que nos permita entender el don de su cuerpo en el Pan sagrado, donde él humildemente quiso quedarse. Que nos de la gracia de entender la grandeza y el motivo de su presencia para poder amarlo, servirlo y hacernos parte de Él.
Retomando la enseñanza de este capítulo 6 del evangelio de San Juan, partimos de la multiplicación de los panes que hizo posible que mucha gente calmara su hambre. Ese milagro nos muestra dos elementos especiales: uno, el poder de Dios presente en Cristo y, el otro, esa atención de Dios, que está pendiente a nuestras necesidades materiales. Jesús no sólo nos abre la posibilidad de la vida eterna, sino que, como Pan de vida, es también nuestro sostén en el día a día. De ahí que la tradición bíblica, entre otros signos, anunciaba al Mesías como alguien que da de comer: “vengan a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado” (Prov. 9, 3ss).
Pero el milagro de la multiplicación de los panes está precedido por algo muy significativo: alguien puso en las manos de Jesús lo que tenía, para que lo multiplicara y repartiera. Esto expresa la dimensión existencial de este misterio. La fe en Jesús, Pan de vida, implica permitirle que Él disponga de la mío. Ese mismo gesto expresa, a su vez, la parte eclesial, pues creer en Jesús encierra sentirme parte de este pueblo que busca y escucha, que enfrenta sus necesidades y tiene sus esperanzas. Por eso, no debo guardar egoístamente para mí lo que puedo poner en las manos de Jesús, de modo que se multiplique y se comparta.
Pero la enseñanza de Jesús va más allá del espacio y el tiempo, más allá de lo histórico, pues encierra una dimensión sacramental: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día… Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida, el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. Esta dimensión sacramental une la Encarnación, la Cruz y la Resurrección. Por la Encarnación, logra ser ese pan que ha bajado del cielo y que ahora quiere nutrirnos. Por la Cruz, se convierte en don pleno. Pero es un don para todos, en cada lugar y en cada tiempo gracias a que ha resucitado. Lo que bajó del cielo y se ofreció en la Cruz, ahora se vuelve inaccesible para los sentidos, pero está en otros modos de presencia: en los sacramentos y de forma particular, en la Eucaristía, en la Hostia Santa. Así se vuelve universal, alcanzable para todos, en el tiempo y en el espacio.
Sin la Cruz y la Resurrección Jesús seguiría en las circunstancias terrenales, como lo vieron los apóstoles y como lo escuchó y tocó mucha gente, pero no estaría en todas partes para ser un alimento real, ni sería digerible para que lo comiéramos. Resucitado supera las limitantes materiales para estar presente para todos, en todas partes y en todos los tiempos.
Por último, Jesús, Pan de vida, nos abre a una dimensión escatológica: El que me come “tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. Así le da ese alcance de eternidad a nuestra existencia. Explica San Gregoria de Nisa, refiriéndose al pecado, que el hombre tomó un alimento de muerte, pero que ahora tenemos como medicina el cuerpo de Cristo, que ha vencido a la muerte.
Bajo estas dimensiones: material, existencial, eclesial, sacramental y escatológica presentes en el Pan Sagrado, es más fácil entender que comulgar no es solo tomar la hostia como un rito más. Comulgar significa querer entrar en una dinámica de vida inaugurada por Cristo, como Él la muestra y que exige un compromiso en todas las vertientes de nuestra vida y que tiene alcance eterno.
En este Pan Sagrado está la grandeza del misterio Dios y del hombre.
¡Que Él sea nuestro alimento!