//MENSAJE DOMINICAL:// El pecado corrompe el ser
*X domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
“Dios llamó al hombre y le preguntó: ¿Dónde estás? Este le respondió: Oí tus pasos en el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo y me escondí”. Desde la misma confusión y crudeza interior, la mujer también le contesta a Dios: “La serpiente me engañó y comí”.
Para muchos, el pecado es solo una acción ofensiva y transitoria, que se resuelve incluso de manera tan simple como pedir una disculpa o en tal caso reparando el daño si ha habido un deterioro físico. Es decir, a veces el pecado se ubica como algo externo, de modo que si lo que hago no daña a nadie, entonces no hay problema.
Pero no es así, el pecado no es algo meramente externo, pues, en primer lugar, implica una corrupción interior, corrompe el ser, fragmenta desde dentro a la propia persona; el pecado confunde y complica el buen entendimiento consigo mismo y, en consecuencia, también con los demás. De hecho, las divisiones y los conflictos sociales, en sus diferentes órdenes, siempre son una expresión de corazones lastimados.
Escuchamos en el libro del Génesis, cómo la inocencia y la armonía originarias, a partir del pecado, quedan atrás y lo que afloran ahora son los miedos y las inseguridades: Oí tus pasos en el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo y me escondí”. La mujer también le contesta a Dios: “La serpiente me engañó y comí”.
El Papa Francisco, al hablar de los atentados contra la unidad de la Iglesia, dice: «Los pecados contra la unidad no son sólo las herejías o los cismas, sino también las cizañas más comunes de nuestras comunidades: envidias, celos, antipatías…». Y si esto sucede en la Iglesia, cuánto más en el mundo, donde se manejan a veces intereses tan bajos.
De ahí que la presencia de Cristo no es solo en orden a una doctrina o en orden a un mensaje que debemos entender, sino sobre todo es una presencia viva, es gracia, que sana de raíz, que renueva el corazón. La fe en Jesús no es algo externo, como dice San Pablo: “Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno” (2 Cor. 5,1).
Jesús habla en el Evangelio del pecado contra el Espíritu Santo, que entre otras cosas, consiste precisamente en subestimar la gravedad del pecado y, por tanto, la importancia de la gracia y el poder misericordioso de Dios. Hay quienes se lucen diciendo: Si peco pero no daño a nadie. ¡No, por favor no te gloríes de aquello que mata tu corazón! Cuando el corazón de una persona se obstina de tal manera que no acepta que necesita arrepentirse de sus pecados y se resiste a esta gracia, comete el pecado contra el Espíritu Santo (Juan Pablo II, D. V.), lo cual sucede o porque no dimensionamos debidamente el amor de Dios o porque no dimensionamos la gravedad de los pecados. A partir de ahí es fácil rechazar los sacramentos que son los canales ordinarios de la gracia, establecidos por Cristo.
El Papa Francisco cuenta una experiencia muy simple, pero noble y llena de sentido: Una vez, en la diócesis que tenía antes, oí un comentario interesante y bello: se hablaba de una anciana que había trabajado toda su vida en la parroquia. Y una persona que la conocía bien dijo: “esta mujer jamás ha hablado mal, nunca participó de habladurías y siempre tenía una sonrisa”. ¡Una persona así podría ser canonizada mañana!
Si el pecado mata, el amor de Dios sana y hace vivir, por eso con mucho sentido dice la aclamación del salmo: ¡Perdónanos, Señor, y viviremos!