//MENSAJE DOMINICAL:// El Señor sana los corazones afligidos
*XIV domingo del tiempo ordinario
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Dios no nos gana imponiendo su poder ni nos condiciona con sus sentencias, Él nos conquista con su cercanía, su ternura y con toda la fuerza de su misericordia. Como dice el salmo 147: “El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas… El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo”. El Señor Jesús vino, precisamente, para encarnar esa cercanía y ternura divina: “Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 28-30). Sin este rostro cercano y misericordioso, de qué nos serviría creer en Dios. La misericordia es la síntesis de la fe cristiana, dice el Papa Francisco (cfr. M. V. 1).
Se vuelve increíble el sin fin de cargas difíciles e injustas que el ser humano puede llevar sobre sí, haciendo así una vida pesada y de sufrimiento para sí mismo y, en consecuencia, para los demás. Por ejemplo, en el campo de la fe y la moral, hay quienes viven con enormes mortificaciones en su conciencia y en su corazón a causa de una mala comprensión de la fe y, por tanto, de Dios. Llega a suceder que hay quienes llevan una mente muy escrupulosa y rigorista, al grado de que, en vez de disfrutar de Dios, viven con preocupación y aflicción por miedo desmedido de fallar. Pero, igual, al revés de estas cargas escrupulosas, hay quienes tienen una conciencia muy laxa, que su conducta libertina les lleva a una vida superficial, que con tal de conseguir sus fines se atreven a abusar de los demás. La invitación de Jesús es para todos: vengan a sentir la ternura divina, vengan a entender el verdadero descanso.
Ahora, la pretensión de Jesús no es sólo mostrarnos el rostro amoroso de Dios, sino también hacernos embajadores de dicha misericordia. “¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de hoy! ¡Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado!” (M. V. 15). Pero muchas de estas realidades son la consecuencia de otros corazones que se han cerrado al amor de Dios y esto les permite actuar de modo equivocado, movidos más por la ambición, la corrupción o la irresponsabilidad. Hay muchas realidades dolorosas que no deberían de ser.
El que con sus acciones u omisiones o negligencias daña a otros, es porque su corazón vive fuera del amor de Dios y, por tanto, no entiende la esencia de la vida. Ciegamente busca llenarse de lo que solo cansa y genera vacío existencial.
“No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar la miseria del mundo” (M. V. 15). Seamos embajadores de la misericordia, de la ternura divina. Pero ninguna persona será lo suficientemente sensible, al grado de comprometerse a trabajar con firmeza para ayudar a sanar las miserias humanas, si primero no prueba la ternura del amor divino.
“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré”. Dónde mejor puede el ser humano encontrar el descanso y la paz, para luego poder entender y enfrentar las tareas de la vida. El corazón perturbado, el corazón lastimado por el pecado y por el vaivén de la vida, sólo en Jesús encuentra el sosiego que revitaliza y regresa la alegría de vivir.
La imagen de la carga y del yugo ligero a que se refiere Jesús, es su Cruz. No tengamos miedo de tomarla. Las demás cargas oprimen y cansan, la de Cristo fortalece. Los santos y los hombres sensatos han sido testigos de la fortaleza que da la Cruz. Ahí busquemos el alivio que tanto necesita nuestro corazón.