
//MENSAJE DOMINICAL:// El templo es fuente de vida porque ahí está Dios
*Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Los judíos también celebran la fiesta de la dedicación, en recuerdo de la purificación y restablecimiento del culto en el templo de Jerusalén después de la victoria de Judas Macabeo sobre el rey Antíoco. Esta celebración fue recogida por la Iglesia para conmemorar el aniversario en que los templos fueron convertidos en lugares destinados al culto, comenzando por la basílica de Letrán, la más antigua y la primera en dignidad, de las Iglesias de occidente. Esta basílica es llamada Iglesia madre de todas las Iglesias de Roma y del mundo, es la Sede del Papa en cuanto a obispo de Roma. Fue la primera Iglesia bajo la advocación del Salvador, levantada por el emperador Constantino. Su fiesta se celebra en todo el mundo, como signo de unidad con el Papa.
En esta fiesta, la palabra de Dios, que se proclama en la liturgia, nos regala una riqueza del todo profunda, precisamente sobre el templo; empezando por el Profeta Ezequiel que nos comparte su revelación: “Un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar… todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá”. Luego, refiriéndose a los árboles que se riegan de aquel río, nos dice: “darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas de medicina” (Ez. 47, 1-2. 8-9.12).
Esa visión de Ezequiel tiene cumplimiento pleno en Cristo. Él es Dios, por lo que su cuerpo es de modo predilecto la casa de Dios. Por eso, al echar fuera del templo de Jerusalén a los comerciantes de animales y a los cambistas, no sólo quiere regresar al templo su significado, sino que, además, él mismo se autodefine como templo de Dios. Los judíos le dicen: ¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?, a lo que responde: “Destruyan este templo y en tres días los reconstruiré”. Más delante el mismo evangelio aclara: “Pero Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn. 2, 13-22). Efectivamente, de Cristo nacen los ríos de la gracia que da vida, el agua del bautismo, que nos purifica y nos engendra como hijos de Dios; de Cristo brotan los frutos más sublimes, los frutos del amor, los que permiten entendernos con Dios y con el prójimo.
San Pablo, por su parte, nos recuerda que al participar del agua que mana de Cristo y con la cual fuimos bautizados, todos nos constituimos en templos de Dios. Y nos advierte: “quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo” (1 Cor. 3, 9-11. 16-17).
Estas referencias bíblicas nos hacen constatar cómo se cumplen las profecías del antiguo testamento, sobre todo Isaías que, en su visión universalista, veía cómo se reunían todos los pueblos para adorar al único Dios. Hoy podemos decir que, a partir de Cristo, en cada bautizado se da la presencia de Dios y por eso somos templo de Dios, pero, a la vez, nos reunimos en un templo más grande que une a todos los creyentes. Ahí, expresemos nuestra fe, nuestro amor y nuestra adoración al único Dios. Cuando nos reunimos como asamblea, expresamos que el Dios que está en nosotros es el mismo en el cual creen los demás bautizados, por eso nos unimos a celebrar y cantar nuestra unión y adoración al único Dios, que está en cada uno.
Pero Cristo, en el evangelio, y luego San Pablo, en su carta, nos piden quitar aquello que es contrario al conocimiento y a la adoración del único Dios. Si en vez de privilegiar la presencia y la adoración a Dios, en Jerusalén se había generado una serie de intereses comerciales, Cristo llega para purificar aquel lugar y darle su significado verdadero. Pablo, por su parte, nos dice: “Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo” (1 Cor. 3, 17).
Que sea Cristo el que nos indique qué debemos quitar en nosotros para ser ese templo donde se reconozca y adore a Dios. Que sea Cristo el que nos permita dignificar los templos de nuestra comunidad, para que no dejen de ser el lugar del encuentro con los hermanos que proclaman la fe y adoración al único Dios.
