
//MENSAJE DOMINICAL:// Embajadores de esperanza
*Domingo de resurrección
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
La fiesta de la resurrección de Cristo nos recuerda algo fundamental: el ser humano necesita signos de esperanza. Las esperanzas cotidianas, pequeñas, nos mueven a actuar, a levantarnos y emprender cada día con ánimo, con fuerza, con ilusión. Un padre de familia sale al trabajo con la ilusión de que sus hijos tengan qué comer.
Pero, esas pequeñas esperanzas de cada día toman un significado más profundo e importante cuando están iluminadas y sostenidas de las esperanzas más altas y la más grande es Dios. Y más, cuando comprendemos que el nuestro es un Dios de amor y de vida, como lo ha mostrado Cristo y como lo hemos celebrado estos días.
En los albores del siglo XX hizo mucho ruido la corriente filosófica de los existencialistas, de los cuales, unos decían que la vida no tenía sentido, pues el hombre estaba condenado a una angustia insuperable, llamada muerte. Para qué luchar, proyectar, si al final nos encontramos con un muro que lo derrumba todo.
Pero por encima de estas mentalidades, Dios en estos días nos ha dado la oportunidad de renovar los motivos de esperanza más profundos, que marcan, de modo definitivo, nuestra vida. Primero, hemos meditado la belleza del amor divino, mostrado por Cristo de modo extremo en la Cruz. Mientras el hombre condenó a Cristo a la muerte de Cruz, él responde perdonando: “Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen”. Mientras lo colocan entre los malhechores, él abre para ellos las puertas del paraíso: “Yo te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”. Desde la Cruz, nos regala a su madre y sobre todo nos ofrece su cuerpo y su sangre, que nos siguen nutriendo y purificando.
Pero el motivo de esperanza más sublime y contundente para poner nuestra esperanza en Dios es su Resurrección. Fueron unas mujeres las que encontraron los primeros signos de la resurrección, como escuchamos en el evangelio de San Lucas: “encontraron que la piedra ya había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús”.
“¡Oh, noche tan dichosa, sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!” Las mujeres encuentran los signos: la piedra movida y el sepulcro vacío, pero fueron los ángeles quienes les ayudan a entender esos signos: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado”.
¡Cristo ha resucitado! Con justa razón el mismo Jesús había declarado: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Él trazó el camino del amor, que tiene como meta última la casa del Padre; Él nos esclareció la verdad plena y, con su resurrección, nos ofrece la vida que no se acaba. De ahí que, nos dice a través de Martha: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí no morirá para siempre”.
La muerte y resurrección de Cristo nos plantean una pregunta esencial y existencial a cada uno de nosotros: ¿En qué signos de esperanza queremos vivir? ¿Nos seguiremos matando o desgastando por lo que no da vida plena? Desde Cristo, las cosas sí pueden cambiar, pues Él murió y murió en la Cruz, pero también resucitó. Cada vez que tengamos la tentación de pensar que las cosas no pueden cambiar, “recordemos que Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y sobre la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive” (E. G. 275). Su resurrección no es algo del pasado, por eso, no es vivir de un mito; su resurrección “entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo”.
¡Cristo ha resucitado! Pero no basta que Él resucite, nosotros necesitamos resucitar con Él. Resucita para darnos esperanza, por lo que nuestra fe en Él se mostrará viva y clara en la medida en la que seamos germen de esperanza, signo de vida en medio de este mundo, como dice el Papa Francisco, donde soplan tantos vientos de muerte.
El Papa nos llama a no quedarnos en una religiosidad ambigua, abstracta, de ideas, sino que nos vayamos enfrentando a las propias sombras que llevamos en el corazón. Nos llama, para que nuestra pequeña luz, como la luz pascual, vaya contagiando y provocando que haya más luces que disipen las tinieblas que envuelven al mundo.
“¡Es verdad, Cristo ha resucitado!”