//MENSAJE DOMINICAL:// Jesús nos presenta la meta

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*Domingo de la ascensión


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Después de instruirles, “se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos” (He. 1, 1ss).
¡Qué completo es el camino de la fe, como lo presenta Jesús con toda su obra de salvación! El camino que él nos trazó parte con su nacimiento, donde nos hace entrar en el misterio de un Dios vivo y cercano, en el misterio del Dios con nosotros. Durante su vida pública nos presenta la enseñanza de sus palabras y prodigios, nos muestra el misterio del Reino y traza el camino del amor. Después con su muerte y resurrección nos lleva a la plenitud del amor y la vida. Y una vez resucitado, se apareció a los apóstoles y “les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios” (Hech. 1, 1ss). Pues, ahora, cerramos este ciclo celebrando y contemplando el hecho glorioso de su ascensión a los cielos. Como dice el libro de los hechos de los apóstoles: “se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos” (He. 1, 1ss).
Si el nacimiento de Jesús significa el prodigio de la presencia de Dios en la tierra, ahora la ascensión representa la presencia del hombre en el cielo. El que se hizo hombre, ahora sube para representarnos a todos en el cielo y para fijar la meta de todos. Como dice San Pablo: “¿Y qué quiere decir subió? Que primero bajó a lo profundo de la tierra. Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos, para llenarlo todo” (Ef. 4, 1-13).
Si el hombre, a causa del pecado había sido expulsado del paraíso, ahora no sólo podemos regresar al paraíso, sino a la casa misma del Padre. Jesús nos está abriendo el paso para que nosotros nos atrevamos a aspirar a entrar al cielo y convivir con Dios.
En realidad, la vida humana sólo puede ser comprendida desde la dimensión de la eternidad que Cristo vino a ofrecernos. Enseñaba Benedicto XVI, que las esperanzas terrenales son pobres y cortas, mientras que el corazón humano está ansioso de eternidad y no descansa hasta que reposa en esa eternidad (cfr. Salvados en la esperanza). No podemos quitar las verdades del más allá y quedarnos solo con las verdades del más acá. Sin duda, la verdadera grandeza del hombre radica en esa capacidad de comprender y proyectar la vida con una visión que incluye el corto tiempo terrenal, pero que, a la vez, va más allá del alcance que nos dan las fuerzas y la inteligencia humana. Ese es el camino que nos ha trazado Cristo y que hoy se ve completado con su ascensión a los cielos.
La ascensión de Jesús nos presenta la meta, nos hace ver hacia el cielo, pero también nos deja tareas. Nos abre a una esperanza que lo llena todo, pero eso no nos debe llevar a huir de las tareas propias del mundo, sino todo lo contrario. Más aún, debemos preguntarnos: Desde la esperanza cristiana, ¿cómo debemos de dialogar con el mundo actual? ¿Qué le ofrecemos al mundo? Los discípulos de aquel tiempo fueron a predicar la buena nueva al mundo de aquel tiempo, aplicando las mejores estrategias; pero los discípulos del mundo actual, que somos todos los bautizados, debemos predicar esa buena nueva al mundo actual, con las estrategias acordes a la realidad presente.
De acuerdo a este cuadro completo que nos presenta Jesús, que abarca desde su nacimiento hasta la ascensión, el cristianismo significa presencia, don y tarea (Cfr. J. Ratzinger, Jesús de Nazaret p. 327). Presencia, porque Cristo vino para estar con nosotros, y aunque a partir de la ascensión dejó de estar físicamente aquí, ahora existe más allá de las limitantes terrenales, para estar de modo más pleno en el interior de cada persona, sin importar las distancias y los tiempos. Es don, porque Cristo mismo se ofrece por todos. Y es tarea porque nos pide algo muy específico: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado” (Mc. 16, 15). Nos deja la tarea de compartir la savia del Evangelio que es vida, encuentro, servicio, liberación, camino de amor, etc. El Evangelio ayuda al hombre a vivir no sólo con perspectivas terrenales, sino que a tales perspectivas les da también un sentido trascendental.
No olvidemos, “quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la esperanza que sostiene toda la vida, Ef. 2, 12” (Benedicto XVI, Salvados en la esperanza). De ahí, toma sentido nuestra vida, a partir del misterio de la ascensión de Jesús a los cielos. Lo más cotidiano de la vida se vuelve trascendental a partir de que la fe nos hace encaminarnos hasta lo más alto, como Cristo nos lo ha enseñado.

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