//MENSAJE DOMINICAL:// La fuerza transformadora del amor

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*V domingo de pascua


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos” (Jn. 13, 34-35). Cristo al hablar del amor como un mandato nuevo no es que desconozca que dicho mandamiento ya estaba presente desde el antiguo testamento. Es nuevo por las dimensiones y los matices que Él le imprime, por eso agrega: “como yo los he amado”.
La palabra amor es algo típico en el lenguaje humano, pero Jesús sabe que urge liberarlo de las falsas interpretaciones. Se puede hablar de amor sin implicar un contenido y sin comprometer el ser; puede también reducirse a un hobby de una sociedad empeñada en vender y comprar todo, por eso, incluso, se usa mucho en los círculos erotizantes y de comercialización; a veces, está también manipulado desde perspectivas y conductas egoístas. Y, como sabemos, todo se vuelve superfluo y banal cuando falta la esencia del amor, porque entonces se instrumentaliza a la persona.
Pues, Cristo, a través del amor, como Él lo vivió, quiere revolucionar la manera de entender a Dios y al hombre mismo. Él no sólo nos hace una propuesta que rompe con muchos de los esquemas del mundo actual, sino que también nos lleva a superar la visión reduccionista de un Dios lejano que nos ayuda a resolver ciertas complicaciones de la vida, pero que no nos hace crecer como personas. En cambio, la novedad del amor cristiano nos compromete en serio a generar un mundo verdaderamente humano.
Jesús está viviendo sus últimos encuentros con sus apóstoles, antes de vivir la pasión del calvario, por lo que es fundamental reafirmar lo esencial: “Les doy en mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros como yo les he amado” (Jn. 13, 34). Se trata del camino que trazó durante su vida pública, donde mostró su atención amorosa por cada persona. Es el amor que se vuelve sacramento y que lo celebra en la última cena; es el amor que se vuelve donación plena y por eso nos entrega su cuerpo en la Cruz. Pero es, también, un camino de amor que nos compromete en serio con los demás y nos lleva a amar nuestra casa común, que es el mundo. Este amor nos da identidad y nos marca el rumbo con el cual le damos un sí a Dios y a nuestros prójimos.
El camino del amor que Cristo nos trazó implica alimentarnos de la fuente, que es Dios mismo, para luego “ir a las periferias, que no son solo geográficas, sino también periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de las injusticias, las de la ignorancia y pobreza religiosa, las del pensamiento, las de la miseria…” (Cardenal Bergoglio, preparación del cónclave).
Sin ese hábito de salir y encontrarnos con el otro, aún en la oración corremos el riesgo de en el fondo estarnos buscando a nosotros mismos por encima de todo. La fe no es concentrarme en Dios, evitando que el mundo me distraiga, desconociendo que tanta gente pasa miserias, injusticias, confusiones, sin que eso me comprometa. Por eso el papa Francisco nos invitaba a tener puesto un oído en la Palabra de Dios y el otro en la realidad que el mundo vive. El Papa León XIV nos invita a ser puentes. Lo que a la persona le sucede y lo que el mundo enfrenta, deben ser siempre el motivo del diálogo más profundo con Dios.
El Cardenal Bergoglio nos habló de dos imágenes de Iglesia: “La Iglesia evangelizadora que sale de sí”, que abre la puerta a Cristo para que entre, pero igual abre la puerta para que Cristo fluya y llegue a todo el mundo tan necesitado de amor. Y la otra imagen es, “la Iglesia mundana, que vive en sí, de sí y para sí” (ibídem), es decir, es la ruta de quienes no unimos conjuntamente el amor a Dios y el amor al prójimo.
En definitiva, la belleza y la fuerza de la fe, significa compartir la fuerza y la belleza del amor (Papa Benedicto XVI). O en el pensar de Karol Wojtyla: la misma intensidad y la calidad con que amamos a Dios, son también la misma intensidad y calidad con que debemos amar al prójimo.
En eso conocerán si somos discípulos de Cristo

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