//MENSAJE DOMINICAL// La misericordia del Señor es eterna
*Segundo domingo de pascua
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
El Papa Juan Pablo II pidió que, en el segundo domingo de pascua, se celebrara la fiesta de la Divina Misericordia. Se trata de una fiesta que tiene mucho sentido, pues siendo la misericordia la vía que une a Dios y al hombre, la resurrección de Cristo es el acto contundente y definitivo, por el cual la comunión entre ambos no se rompe más. Sin duda, la misericordia ha sido desbordante en la obra de Cristo, pues murió y resucitó por nosotros.
La muerte y resurrección de Cristo han sido los actos supremos por los cuales Dios se nos ha revelado y, por ellos, nos ha rescatado. Por eso, como dice el Papa Francisco: “misericordia es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad”. Dios es misericordia.
La misericordia se vuelve viva en el caminar de la fe y en la vida de la Iglesia. Esto queda hoy expresado de dos maneras en el evangelio de San Juan:
Primero, dice el Evangelio que Jesús “sopló sobre ellos y les dijo: Reciban al Espíritu Santo” (Jn. 20, 22). Y agregó: “A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn. 20, 23). Sólo el que experimenta el perdón de Dios, podrá comprender el triunfo de Cristo sobre la muerte y sobre el pecado, es decir, puede comprender la grandeza de la resurrección de Cristo. Por eso, para el Señor es fundamental constituir a los apóstoles y a sus sucesores en dispensadores de su misericordia, para que, en su nombre, la compartan con todo el mundo.
La misericordia, como fruto de la resurrección, queda patentada también en la manera como Cristo recupera a Tomás en sus dudas de fe. Tomás no estaba con los discípulos cuando se presentó Jesús y, cuando le platican de la presencia de Cristo resucitado, de inmediato expresa sus dudas. Dicho apóstol una vez dijo: “Vayamos también nosotros y muramos con Él” (Jn. 1, 16). Es el mismo que en la última cena le dice a Jesús: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo vamos a saber el camino?” Pero cuando los apóstoles con enorme gozo le dicen: “¡Hemos visto al Señor!”, de inmediato responde: “Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en el costado, no creeré” (Jn. 20, 25). Como comentan algunos, Tomás no representa un individuo en particular, sino la situación de tantas personas que someten la fe a comprobaciones físicas. De hecho, para muchos hombres y mujeres, Cristo es como si estuviera muerto, por eso, significa muy poco para ellos, casi no cuenta en sus vidas. Pero, a los ocho días regresa Jesús y se dirige a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree” (Jn. 20, 27). A lo que Tomás responde: “Señor mío y Dios mío” (Jn. 20, 28). Son palabras de fe y adoración que nacen no por el contacto físico, sino por la gracia que Cristo es capaz de infundir en su corazón. Dice San Gregorio que “la divina misericordia actuó de modo admirable para que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad”.
Pero la misericordia también se vuelve tarea y estilo cotidiano de vida para la Iglesia, a través de cada uno de sus hijos: “la tentación de quedarse en se supera en la medida en que esta se convierte en vida cotidiana de participación y colaboración”. “Este es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de los hermanos y las hermanas que los sostienen en sus necesidades” (Misericordia et Misera, 21).
Misericordia es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida (Francisco, Bula, El rostro de la misericordia).
Sin la presencia misericordiosa de Dios, que toca lo más profundo del corazón, la resurrección quedará como una leyenda del pasado, como un mito más de la vida.