//MENSAJE DOMINICAL:// ¿La misericordia es algo válido para hoy?

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*VII domingo del tiempo ordinario

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Amén a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman… Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc. 6, 27-38). ¡Vaya que si estas propuestas de Jesús suenan ilógicas frente al mundo que vivimos!
El perdón no es un valor promovido por la cultura actual. “Es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más” (Papa Francisco V. M. 10). Hoy que la vida se mueve demasiado en un nivel emotivo y en los logros materiales; hoy que, para muchos, la rivalidad y la venganza se llevan a flor de piel; hoy que los valores como la verdad, el bien verdadero y el reencuentro con el otro no son algo a lo que muchos aspiren, ¡qué difícil hablar de misericordia!
La sociedad capitalista moderna, con profundo espíritu burgués, y las luchas de poder están produciendo, cada vez más, una trágica inversión axiológica. Esto nos está cobrando facturas muy caras. “La enorme maquinaria productiva de cosas y su continua acumulación, lejos de servir a una vida más agradable entumece al hombre para el verdadero goce, al reducirlo a un engranaje de un mecanismo descontrolado” (José María Vegas). Nos pesa un hedonismo consumista, una cultura acumulativa y burda sin sentido que no cumple con la felicidad prometida.
El perdón no es algo promovido, pero sí es una necesidad urgente. Por eso, el llamado de Jesús: sean misericordiosos. “Perdonen y serán personados”. Sin el perdón, la vida se vuelve infecunda y estéril (Francisco). Además, no podemos cerrar los ojos ante una la violencia que está dejando heridas muy profundas, por lo que se necesita sanar los corazones heridos. Para ello, a pesar de todo y con toda la dificultad que implica, el perdón es un remedio para que los daños sean menos. Sin el perdón, la vida se vuelve más ingrata, pues además del daño recibido, que puede ser sumamente grave, nos seguimos lacerando con un fuego que quema desde dentro. “Dejar a un lado el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (M.V. 9).
¿De modo radical, qué es el perdón? El marco del perdón lo genera el mismo Jesús. Es atrevernos a una relación absolutamente nueva. Es trabajar para sanar. Es ofrecer al otro un espacio nuevo para que puede recomenzar una nueva relación consigo mismo y con los demás. No es solo cancelar una deuda, sino ofrecer unas condiciones diferentes.
El perdón no anula la injusticia ni sus efectos. De hecho, históricamente, siempre será injusto que Cristo haya sido llevado a la Cruz. Quien es dañado, posiblemente, siempre vivirá con muchos efectos del daño recibido. El perdón lo que hace es abrir una nueva posibilidad para transformar las condiciones.
Pero hay algo fundamental: la nueva realidad, propia del perdón, no depende sólo del ofendido, sino también del culpable. Que el ofensor acepte vivir y trabajar por unas nuevas condiciones. Dios nos perdonó de modo absoluto a través de su Hijo, pero dicho perdón para algunos no ha significado un cambio, no por incapacidad de Dios, sino porque los culpables no siempre estamos abiertos a una nueva realidad. Queremos, a veces, que se nos cancele la deuda, pero no abrazar otra condición de vida.
Sin el perdón, que significa un profundo y nuevo modo de vida, el mundo seguirá hambriento de venganza, lacerándose en mil resentimientos. Así, seguirá creciendo la cultura de la muerte. No es justo permitir que el odio y los resentimientos corroan nuestras mejores energías y perturben los ideales más altos.
¿Es fácil? No. No lo fue para Cristo, que lloró y pidió: “Padre, si es posible que pase de mí este cáliz”. ¿Perdonar es olvidar? No necesariamente. Las nuevas oportunidades se generan a pesar de seguir padeciendo los efectos causados por las ofensas. ¿Cómo doblegar el corazón? Sólo de rodillas frente a Dios.
En última instancia, perdonar es volver al reencuentro con el Amor que nos hace vivir y, desde ese Amor, tener la capacidad de reencontrarnos con el hermano.

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