//MENSAJE DOMINICAL:// La nueva estrella

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*Fiesta de la Epifanía


Pbro. Carlos Sandoval Rangel

Sigamos aprendiendo de lo que sucede en el pesebre. Ahí están María y José que con el amor más puro no sólo han acogido al salvador del mundo, sino que, además, lo han presentado para todos. Llegaron también los pastores quienes, con humildad y alegría, se regocijan al recibir la noticia y van a adorar al niño.
Pero ahora aparecen los magos: “Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: ¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo” (Mt. 2, 1.2).
Los magos representan, por una parte, la ciencia, las culturas y expresiones religiosas propias de los pueblos del oriente antiguo. Se trata de elementos muy propios de la vida humana que, a partir de Jesús en el pesebre, ahora toman un significado más alto. Como lo expone Santo Tomás de Aquino, la misma ciencia y demás expresiones culturales y religiosas encuentran su máximo sentido en la medida que se conectan con las verdades reveladas por Dios. La fe cristiana no discrimina ningún esfuerzo humano que busca entender, solo clarifica y redimensiona. Ya decía San Juan Pablo II que la fe y la razón son como dos alas que elevan el espíritu humano hacia la contemplación de la verdad (Fe y Razón). Y eso es exactamente lo que sucede con los magos, que para su tiempo eran los hombres de ciencia.
Para el oriente antiguo, como para otros contextos geográficos, la astrología era la ciencia del tiempo. Igual, se tenía la firme convicción de que todo niño nacía en una coyuntura astral, por lo que todo niño tenía su estrella. Pero cuando aparecía una nueva estrella o se daba la combinación de dos, significaba que algo nuevo estaba por suceder, un cambio significativo venía para la historia humana. Por su parte, en la constelación persa, 7 años antes de la era cristiana, se habrían conjugado Júpiter y Saturno. Júpiter era considerado universalmente como el astro soberano del universo; mientras que Saturno, para los babilónicos, era el astro de Siria y para los astrólogos helenistas era el astro de los judíos. De ahí que ante la conjugación de estos dos astros (planetas), los astrólogos del tiempo estuvieran atentos a algo nuevo, por lo que no dudaron en dar seguimiento a la aparición de una nueva estrella, la cual los llevaría al portal de Belén.
Otra dimensión de fe, que se desprende de la presencia de los magos: “el Dios revelado en el pesebre es para todos”. Ya lo anunciaba el profeta Isaías: “entonces verás esto radiante de alegría; tu corazón se alegrará, y se ensanchará… Te inundará una multitud de camellos y dromedarios, procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor” (60, 1-6). El Dios que se ha hecho presente en un niño envuelto en pañales, no es exclusivo de nadie, “es un Dios para todos”. Un Dios cercano. Bien escribía el Papa Benedicto XVI, haciendo eco a la carta a los Efesios: en esto radica la diferencia de nuestra fe respecto a otras religiones, pues mientras los demás conciben a sus dioses como lejanos y castigadores, nosotros lo concebimos cercano y amoroso (cfr. Deus Caritas Est).
Si los Magos representan las diversas razas de la tierra, entonces ahora se entiende que Dios no es sólo para Israel. Estos personajes ilustres vienen al pesebre con un fin muy preciso: ratificar, en nombre de todas las razas, la dignidad única del niño que ha nacido. Y nos enseñan algo extraordinario: reconocen al nuevo Rey, sin escandalizarse de su pobreza. Diferente a los doctores y a los especialistas en las Escrituras que no lo reconocieron.
Pero, además, los magos nos enseñan que la humildad y la obediencia religiosa nos hacen atentos a los signos de los tiempos y, por tanto, a la manera sencilla como Dios se manifiesta. Diferente a los que, por soberbia, creen saber mucho y se pierden de lo más sagrado, sencillo y trascendente de la vida.
Con este hecho, que exalta la identidad de Jesús, se dan por cumplidas las esperanzas de los profetas, pero también las esperanzas de todos los hombres. Por eso, dice el profeta: “mira: las tinieblas cubren la tierra y espesa niebla envuelve a los pueblos; pero sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta su gloria” (Is. 60, 2).
Que nunca dude, Señor, en doblegar mi rodilla para adorarte.

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