//MENSAJE DOMINICAL:// La oración mantiene vibrante el corazón

//MENSAJE DOMINICAL:// La oración mantiene vibrante el corazón

*XXIX domingo del tiempo ordinario
*Jornada mundial de las misiones

Pbro. Carlos Sandoval Rangel

“Para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer” Jesús les propuso una parábola. Les presentó la parábola de la viuda que con su insistencia convenció al juez de que le hiciera justicia, a pesar de que él no temía a Dios ni respetaba a los hombres (cfr. Lc. 18, 1). Al respecto, nos enseña la Iglesia: “tenemos una ley que nos manda orar sin cesar. Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y perseverante” (Catecismo, n. 2742).
Sin duda, los hombres buenos nos han enseñado lo valioso que es la oración para vivir mejor, pues la oración no nos desconecta de la vida cotidiana, sino todo lo contrario, crea una disponibilidad para valorar adecuadamente las cosas de la vida. Acoger la Palabra y orar de modo debido, nos da la capacidad para estar conectados con el obrar cotidiano, más aún, ese obrar aporta a la riqueza de nuestra oración.
Ya lo señalaba Orígenes: “Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua” (De oratione 12). Esta unidad entre la oración y el obrar nos libra de la tentación de desencarnar nuestra fe y, a su vez, evita que al actuar vayamos por caminos que desvirtúen nuestra condición humana y cristiana.
“La oración personal nos ayuda a hacer mejor el trabajo, a cumplir nuestras obligaciones y deberes con la propia familia y con la sociedad, a tratar mejor a los demás” (San Juan Pablo II, Aloc. 14/III/1979). San Juan Crisóstomo, por su parte, nos dice: “conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios; conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado a otro, o el que se encuentre sirviendo en la concina… intenten elevar la súplica desde lo más hondo de su corazón” (De Anna, Sermón 4, 6).
Desde luego, hay lugares y actos predilectos para la oración, siendo el principal la Santa Misa, instituida por Nuestro Señor Jesucristo en la última cena, y que Él mismo pidió que se celebrara siempre en memoria suya; pero los frutos de ese acto sublime, se actualizan a través de cada pensamiento, de cada gesto o acto formal con que nos dirigimos a Dios durante el día y a lo largo de la semana.
El hábito en la oración permite que ésta se vuelva cada vez más connatural, es habituarnos a alimentar nuestro interior, es regalarle paz a nuestro corazón. Nos capacita para evaluar si nuestro actuar es el adecuado en cada circunstancia. Por eso, somos ingratos con nosotros mismos cuando damos cabida al “no necesito orar”, al “no tengo tiempo”, pues eso equivaldría a desconocer nuestras verdaderas necesidades y a quitarle a nuestra vida los ingredientes que le dan sabor, los contrafuertes que nos permiten resistir los contratiempos, la hondura que nos aleja de vivir de lo mero superficial. Sólo Dios puede darle los mejores nutrientes a nuestra alma.
Hoy que celebramos el domingo mundial de las misiones, muchos nos podemos preguntar: y para ser misionero, con toda la Iglesia, ¿yo que puedo compartir con el mundo? Sin duda, urge que muchos vean en cada cristiano cómo resplandece en su vida la alegría de la fe, alimentada, entre otras cosas, por la dicha de la oración.
En este nuevo contexto social, que nos toca vivir, “la realidad se ha vuelto para el ser humano cada vez más opaca y compleja” (Aparecida 36), precisamente, porque le faltan los ingredientes más importantes.
Que la oración nos mantenga con un corazón siempre vibrante

CATEGORIES
Share This

COMMENTS

Wordpress (0)
Disqus (0 )